Este es uno de los sutras más importantes, uno muy fundamental en la alquimia interna. Deja que cale profundo en tu corazón. Puede transformarte, puede traerte un nuevo nacimiento, una nueva visión, un nuevo universo.
Este sutra tiene dos significados. Ambos hay que entenderlos.
El primer significado: hay dos clases de testigos. Una clase es la gente que te rodea. Eres constantemente consciente de que te observan, de que hay testigos. Esto te crea una autoconsciencia. De ahí el miedo cuando estás en un escenario, enfrentado a un gran número de público. Ese miedo lo sienten los actores, lo sienten los poetas, lo sienten los oradores. Y no sólo los principiantes, sino incluso aquellos que han consumido toda su vida actuando. Cuando suben al estrado les surge un gran temblor, un gran miedo, ¿saldrán airosos del trance o no?
Con tantos ojos observándote, quedas reducido a un objeto. Ya no eres una subjetividad, te has convertido en una cosa. Y tienes miedo porque puede que no te aprecien. Puede que no alimenten tu ego, puede que no les gustes, puede que te rechacen. Ahora estás en sus manos. Quedas reducido a esclavo dependiente. Ahora tienes que actuar de tal manera que obtengas su aprecio. Tienes que reforzar sus egos con la esperanza de que ellos en respuesta refuercen el tuyo.
Cuando estás con amigos, no tienes tanto miedo. Los conoces, son predecibles, ellos confían en ti y tú confías en ellos. Pero cuando te enfrentas a un público anónimo, surge un miedo mayor. Todo tu ser empieza a temblar, tu ego entero está en juego. Puedes fracasar. ¿Quién sabe? El éxito no está garantizado.
Esta es la primera clase de testigo. Los otros son testigos, y tú eres tan sólo un mendigo. Esta es la situación en la que viven millones de personas. Viven para los demás, por eso viven sólo en apariencia; en realidad no viven; están siempre ajustándose a los demás, porque sólo son felices si los demás están contentos con ellos. Hacen concesiones de continuo, venden sus almas con un sencillo propósito: que sus egos salgan fortalecidos, que puedan hacerse famosos, conocidos.
¿Has observado algo de inmenso valor? ¿Has observado que inmediatamente después de que un poeta, un novelista o un científico obtiene el Premio Nobel, su creatividad declina?
Ningún laureado con el Nobel ha sido capaz de producir algo tan valioso como lo que creaba antes de recibirlo. ¿Qué es lo que sucede?
Ahora has alcanzado la meta del ego, ya no puedes ir más allá, así que ya no hay necesidad de que te ajustes a la gente. Una vez que el libro se hace famoso, el autor muere.
Y esa es casi siempre la regla, no la excepción. Una vez que eres famoso dejas de hacer concesiones. ¿Para qué? Ya eres famoso. Y cuando dejas de hacer concesiones, la gente empieza a rechazarte, a no hacerte caso. Tu creatividad entera estaba enraizada en el deseo del ego; ahora el ego se siente tranquilo y toda la creatividad desaparece.
Esta es la situación en la que vive el 99% de la gente. Conoces sólo una clase de testigo: el otro. Y el otro siempre te crea ansiedad.
«El otro es el infierno.» El otro no te deja relajarte. ¿Por qué te sientes tan relajado en el cuarto de baño, en tu bañera? Porque el otro no está ahí. Pero si cuando estás relajado en la bañera, de repente ves que alguien te mira por el ojo de la cerradura, en un instante toda la relajación desaparece. De nuevo estás tenso. Te están observando.
Para crear miedo en la gente, los sacerdotes a lo largo de los tiempos han dicho que Dios te vigila constantemente. Dios está constantemente vigilándote, día tras día. Quizá tú duermas, pero él no duerme; él sigue sentado en tu cama y vigila. No sólo te vigila a ti, sino que vigila tus sueños y tus pensamientos. Así que no sólo serás castigado por tus actos, sino también por tus sueños, por tus pensamientos. Por tus deseos y sentimientos. Los sacerdotes han creado mucho miedo en la gente. Sólo tienes que imaginarte a Dios vigilándote continuamente. Ni un momento, no se te permite ni un solo momento en el que puedas ser tú. Esta ha sido una gran estrategia para reducir las personas a cosas.
¿Por qué ansiamos la atención de los demás? Porque tal y como somos nos encontramos vacíos. Tal y como somos, no somos. Tal y como somos, no tenemos el centro del ser.
Ansiamos la atención de los otros para poder crear un seudocentro. Si el centro verdadero no está, al menos podemos valernos de un seudocentro. Con él podemos aparentar que estamos centrados, él te hará una persona. No eres un individuo. La individualidad es la fragancia de un ser verdaderamente centrado, de uno que sabe quién es. Pero si no eres un individuo, al menos puedes ser una persona, puedes conseguir una personalidad. Y la personalidad hay que mendigarla.
La individualidad es tu crecimiento más íntimo, es un crecimiento; no necesitas mendigarlo de nadie, y nadie puede dártelo. La individualidad es tu desarrollo. Pero la personalidad se puede mendigar, la gente puede dártela. De hecho, sólo los otros pueden dártela.
Si te encuentras solo en el bosque, no tendrás ninguna personalidad. Tendrás individualidad. Si te encuentras solo en el Himalaya, ¿quién eres tú?, ¿un santo o un pecador? No hay nadie para apreciarte o para condenarte, no hay nadie para hacerte famoso, notorio. No hay nadie excepto tú mismo. En tu soledad total, ¿quién eres?, ¿un santo o un pecador? ¿Una persona muy importante, un vip? ¿o simplemente un don nadie?
No eres ninguna de las dos cosas. No eres ni una persona muy importante, ni un don nadie, porque para ser cualquiera de las dos cosas se necesita al otro. Se necesitan los ojos del otro para reflejar tu personalidad. Tú no eres una cosa ni la otra. Tú eres, pero tú eres en tu realidad; a ti no te crean los otros. Eres como eres, en tu completa desnudez, en tu autenticidad.
Esta es una de las razones por las que mucha gente pensó que es sabio escapar de la sociedad. En realidad no era escapar de la sociedad, en realidad no era contra la sociedad, era solamente un esfuerzo de renuncia a la personalidad.
La segunda clase de testigo es totalmente diferente, justo su polo opuesto. No ansias la atención de los otros; al contrario, empiezas a prestarte atención a ti mismo. Te conviertes en testigo de tu propio ser. Empiezas a observar tus pensamientos, deseos, sueños, motivaciones, avaricias y envidias. Creas una nueva clase de conciencia dentro de ti. Te conviertes en un centro, un centro silencioso que observa todo lo que sucede.
Aparece en ti la ira, y la observas. No estás tan sólo enojado, sino que a dicho fenómeno le introduces un nuevo elemento: lo estás observando. Y el milagro es que si observas la ira, ésta desaparece sin que sea reprimida.
La primera clase de santo tendrá que reprimirla. Tendrá que reprimir su sexualidad, tendrá que reprimir su avaricia. Y cuanto más reprimes algo, más profundo va en tu inconsciente. Se vuelve parte de tus cimientos y empieza a afectar tu vida desde ahí. Es como una herida supurante; pero la has tapado. Simplemente por taparla no recobras la salud, la herida no se cura. En realidad, cubriéndola estás haciendo que crezca más y más.
La segunda clase de testigo crea un tipo de persona completamente diferente. Crea al sabio. El sabio es aquel que sabe quién es. No por medio de los demás. El sabio es aquel que vive la vida de acuerdo a su propia naturaleza, no de acuerdo a los valores de los demás. El sabio tiene su propia visión y el coraje de vivirla.
El sabio es rebelde. El santo es obediente, ortodoxo, convencional, tradicional, conformista. El sabio es inconformista, no es tradicional, no es convencional, es rebelde. La rebelión es el sabor mismo de su ser. El no depende de los demás. El sabe qué es la libertad, y sabe del júbilo de la libertad.
Al santo le seguirá una gran multitud. El sabio tendrá sólo la poca gente escogida que sea capaz de entenderle.
Al sabio no le comprenderán las masas; el santo será adorado. El sabio será condenado por las masas, quizá incluso asesinado. Jesús es crucificado y el papa es adorado. Jesús es sabio y el papa es santo.
El santo tiene carácter y el sabio tiene consciencia. Y entre estas dos cosas hay una tremenda diferencia. Son tan diferentes como el cielo y la tierra. El carácter se impone por algún motivo ulterior: ganar respetabilidad en este mundo y tener más y más placeres celestiales. La consciencia no tiene futuro, no tiene motivación, es un gozo por sí misma. No es un medio para algún fin. Es un fin en sí misma.
Estar con un santo es estar con un imitador. Estar con un sabio es estar con algo verdadero y auténtico. Estar con un santo es estar con un profesor, como mucho. Estar con un sabio es estar con un maestro. Estos son los dos testigos.
El segundo significado de este sutra es:
Primero sé testigo de los objetos de la mente. Este es un significado más elevado que el anterior.
Sé el testigo de los objetos de la mente.
Patanjali lo llama dhyana, meditación. De la misma palabra viene Zen y ch'an. Sé testigo de los objetos, sé testigo de los contenidos de la mente. Observa todo lo que pase ante ti. Sin evaluación, sin juzgar ni condenar. No estés a favor ni en contra; y de esta forma se creará dhyana, meditación.
Y en segundo lugar, sé testigo del testigo mismo. Y se creará samadhi, se creará satori, se creará el éxtasis último. Lo primero conduce a lo segundo. Empieza observando tus pensamientos, pero no te quedes ahí; cuando los pensamientos hayan desaparecido, no pienses que has llegado. Hay que hacer una cosa más, hay que dar un paso más. Ahora observa al observador. Ahora sé testigo del testigo.
Nada queda, sólo tú eres. Vuélvete de pronto consciente de la consciencia misma, y dhyana se transformará en samadhi.
Observando la mente, la mente desaparece. Observando al testigo, el testigo se expande y se vuelve universal.
El primer paso es un paso negativo, para liberarse de la mente. El segundo es un paso positivo, para enraizarse en la consciencia última. Llámalo Dios, o nirvana, o lo que desees.
Osho