04 octubre 2018

EL CUERPO DEL DOLOR


"Cuando ya no podemos soportar más el ciclo permanente de sufrimiento, comenzamos a despertar.
El sufrimiento ocupa un lugar necesario en el esquema general de las cosas; los seres humanos están destinados a evolucionar hasta convertirse en seres conscientes.
Quienes no lo hagan, sufrirán las consecuencias de su inconsciencia."
~ Eckhart Tolle

La voz de la mente tiene vida propia. La mayoría de las personas están a merced de esa voz, es decir, están poseídas por el pensamiento, por la mente. Y puesto que la mente está condicionada por el pasado, empuja a la persona a revivir el pasado una y otra vez. En Oriente utilizan la palabra “karma” para describir este fenómeno.

A través de las experiencias, cada persona va teniendo una serie de impresiones que van dejando huellas en su mente subconsciente. Es decir, van quedando grabadas en su mente y más adelante van a condicionar a la persona en su actuar.
Estas huellas se llaman Samskaras. Y son unos condicionamientos mentales que van a arrastrar a la persona inconsciente a repetir el mismo patrón mental una y otra vez sin tener la oportunidad de elegir, sin libre albedrío.
Es algo que ya está ahí, una inercia que viene del pasado como una ola y que se va repitiendo y repitiendo porque la persona no tiene el control, sino que se ve impulsada a reaccionar (actuar impulsivamente) sin pararse a elegir cómo quiere actuar.
La persona que está “atrapada” en sus propios Samskaras, reacciona ante las situaciones en función de un patrón mental que ya existe, viene del pasado, y no es dueña de sí misma. Esto es lo que se llama “estar poseído por la mente”.

Durante miles de años la humanidad se ha dejado poseer cada vez más de la mente, sin poder reconocer que esta entidad poseedora no es nuestro Ser. Fue a través de la identificación completa con la mente que surgió un falso sentido de “yo”: el ego.
La densidad del ego depende de nuestro grado (el de nuestra consciencia) de identificación con la mente y el pensamiento. El pensamiento es apenas un aspecto minúsculo de la totalidad de la consciencia, la totalidad de lo que somos.
El grado de identificación con la mente varía de persona a persona.

Además del pensamiento está la emoción. No todo pensamiento ni toda emoción le pertenecen al ego, se convierten en ego solamente cuando nos identificamos con ellos al punto de permitir que se conviertan en el "yo".
El cuerpo físico reacciona a lo que dice la mente, a nuestros pensamientos, generando así las emociones. Por tanto, una emoción es la respuesta del cuerpo a un pensamiento.
El cuerpo no tiene la capacidad de distinguir entre una situación real y un pensamiento. Reacciona a todos los pensamientos como si fueran la realidad.

El ego es la mente no observada; es decir, la voz mental que finge ser nosotros. Y también son las emociones no observadas que representan la reacción del cuerpo a lo que dice la voz de la mente.
Como la clase de pensamientos del ego son negativos, la mayoría de las veces, las emociones también serán negativas.
La voz de la mente relata una historia a la cual el cuerpo reacciona. Estas reacciones son las emociones, las cuales alimentan nuevamente el pensamiento que las creó en primer lugar. Éste es el círculo vicioso entre los pensamientos no observados y las emociones, el cual da lugar a la fabricación de historias emocionales.

El componente emocional del ego es diferente en cada persona. En algunos, el ego es más grande que en otros.
Los pensamientos que desencadenan reacciones emocionales del cuerpo pueden surgir a veces con tanta rapidez que, antes de que la mente tenga tiempo de expresarlos, el cuerpo ya ha reaccionado con una emoción. Esos pensamientos son inconscientes.
Se originan en el condicionamiento pasado de la persona, generalmente en la primera infancia.
Otros pensamientos son: "No se puede confiar en nadie”, "nadie me respeta ni me aprecia”, “Debo luchar para sobrevivir”, “Nunca hay suficiente dinero”, “La vida es una permanente desilusión”, “No merezco la abundancia”, “No merezco amor".
Estos pensamientos inconscientes crean emociones físicas, las cuales, a su vez, generan actividad mental o reacciones instantáneas. Es así como creamos nuestra realidad personal.

La voz del ego perturba constantemente el estado natural de bienestar del cuerpo. Casi todos los cuerpos humanos viven sometidos a una gran cantidad de esfuerzo y tensión no porque se vean amenazados por algún factor interno, sino a causa de la mente. El cuerpo lleva pegado un ego y no puede hacer otra cosa que reaccionar a todos los patrones disfuncionales de pensamiento del ego. Así, un torrente de emociones negativas acompaña al torrente de pensamientos compulsivos incesantes.

¿Qué es una emoción negativa? Es una emoción tóxica para el cuerpo que interfiere en su equilibrio y su funcionamiento armonioso. Las emociones como el miedo, la ansiedad, la ira, el rencor, la tristeza, el odio, los celos y la envidia perturban el flujo de energía del cuerpo y afectan al corazón, al sistema inmunológico, la digestión, la producción de hormonas, etc.
La emoción dañina para el cuerpo también se contagia a las personas que entran en contacto con nosotros. E indirectamente, a un sinnúmero de personas a quienes ni siquiera conocemos, a través de una reacción en cadena.

Las emociones positivas tienen el efecto contrario sobre el cuerpo físico: fortalecen el sistema inmune, revitalizan y sanan el cuerpo. Pero debemos diferenciar las emociones positivas generadas por el ego de las emociones positivas emanadas del estado profundo de conexión con el Ser.
Las emociones positivas generadas por el ego traen consigo un opuesto en el cual se pueden convertir. He aquí algunos ejemplos:
- Lo que el ego llama amor es deseo de poseer y un apego que puede convertirse en odio en un segundo.
- El exceso de importancia que el ego le da al futuro se convierte fácilmente en desilusión y frustración cuando el evento no satisface las expectativas del ego.
- Los elogios y el reconocimiento nos hacen sentir alegres y optimistas un día, pero la crítica y la indiferencia nos dejan tristes e infelices al otro.
- El placer de una fiesta se convierte en fatiga y resaca al día siguiente. No hay bien sin mal, alegría sin tristeza.

Las emociones generadas por el ego son producto de la identificación de la mente con los factores externos, los cuales son inestables y están sujetos a cambiar en cualquier momento.
Los estados del Ser no tienen opuesto; como aspectos de nuestra verdadera naturaleza, emanan desde nuestro interior en forma de amor, felicidad y paz.

El pasado vive en nosotros en forma de recuerdos, pero los recuerdos por sí mismos no representan un problema. Gracias a la memoria, podemos tomar consciencia de nuestros errores y aprender del pasado.
Los recuerdos, (los pensamientos del pasado), son problemáticos y se convierten en una carga únicamente cuando nos identificamos con ellos, cuando los hacemos personales y buscamos un sentido de identidad. Así es cuando se apoderan por completo de nosotros y entran a formar parte de lo que somos.
Nuestra personalidad, condicionada por el pasado, se convierte entonces en una cárcel.
Los recuerdos están dotados de un sentido de “yo”, y nuestra historia se convierte en el “yo” que creemos ser. Ese "pequeño yo" es una ilusión que no nos permite ver nuestra verdadera naturaleza como Presencia sin forma y atemporal.

La mayoría de las personas viven con la carga del pasado. Es decir, su atención se dirige constantemente a recordar las experiencias del pasado. Y la mayor parte de la atención se dirige a las experiencias negativas y de dolor. Estas personas llevan una carga en sus espaldas.
Nuestra historia no sólo está compuesta de recuerdos mentales sino también emocionales: emociones viejas que se reviven constantemente. La mayoría de las personas cargan durante toda su vida una gran cantidad de equipaje innecesario, tanto mental como emocional. Se imponen limitaciones a través de sus agravios, sus lamentos, su hostilidad y su sentimiento de culpa. El pensamiento emocional pasa a ser la esencia de lo que son, de manera que se aferran a la vieja emoción porque fortalece su identidad.
Debido a esta tendencia a perpetuar las viejas emociones, la gran mayoría de todos los seres humanos llevan en su campo de energía un cúmulo de dolor emocional; el cual he denominado "el cuerpo del dolor".

Tenemos el poder para no agrandar más nuestro dolor emocional. Podemos aprender a romper la costumbre de acumular y perpetuar las emociones viejas soltándolas y absteniéndonos de vivir en el pasado.
Podemos aprender a no mantener vivos en la mente los sucesos o las situaciones pasadas y traer nuestra atención constantemente al momento presente en lugar de fabricar películas mentales. Así, dejamos de identificarnos con el pasado y pasamos a ser lo que ya somos; presencia. De esta manera, se rompe la identificación con el pasado y los recuerdos dejan de afectarnos.
No hay nada que haya sucedido en el pasado que nos impida estar en el presente. El pasado no puede impedirnos estar en el presente.

Ninguna emoción negativa que no enfrentemos y reconozcamos por lo que es, puede realmente disolverse por completo. Deja tras de sí un rastro de dolor.
Para los niños, las emociones negativas fuertes son demasiado abrumadoras, por lo que tienden a tratar de no sentirlas. Es necesario un adulto completamente consciente que los guíe con amor y compasión para que puedan enfrentar la emoción directamente. Si no, la única alternativa que le queda al niño es no sentir la emoción (reprimirla).
Ese mecanismo de defensa de la infancia suele permanecer hasta la edad adulta. La emoción sigue viva y al no ser reconocida, se manifiesta indirectamente en forma de ansiedad, ira, reacciones violentas, tristeza y hasta en forma de enfermedad física.
En algunos casos, interfiere con todas las relaciones íntimas y las sabotea.

Todos los vestigios de dolor que dejan las emociones negativas fuertes y que no se enfrentan y aceptan para poder liberarlas, terminan uniéndose para formar un campo de energía residente en las células mismas del cuerpo.
Está constituido no solamente por el sufrimiento de la infancia, sino también por las emociones dolorosas que se añaden durante la adolescencia y durante la vida adulta; la mayoría de ellas creadas por el ego. El dolor emocional es nuestro compañero inevitable cuando la base de nuestra vida es un falso sentido de “yo”, un falso sentido de identidad (ego).
Este campo de energía hecho de emociones viejas pero que continúan muy vivas en la mayoría de las personas, es el cuerpo del dolor.

El cuerpo del dolor no es solamente individual,  también es colectivo: participa del sufrimiento experimentado por millones de seres humanos a lo largo de una historia de guerras, esclavitud, rapacería, violaciones, torturas y otras formas de violencia.
Este sufrimiento permanece vivo en la mente colectiva de la humanidad y se acrecienta día tras día como podemos comprobarlo en los noticiarios u observando el drama de las relaciones humanas.
En el cuerpo colectivo del dolor seguramente está codificado el ADN de todos los seres humanos. El ADN es la información genética.

Todos los seres que llegan al mundo traen consigo un cuerpo de dolor emocional. En algunos es más pesado y denso que en otros.
Las personas cuyo cuerpo del dolor es más pesado, generalmente tienen mayores oportunidades de despertar espiritualmente que quienes tienen un cuerpo relativamente liviano. Mientras algunas permanecen atrapadas en sus cuerpos densos, muchas otras llegan a un punto en que ya no toleran su dolor e infelicidad, de manera que se acentúa su motivación para liberarse de él; para despertar.

El cuerpo del dolor es una forma semi-autónoma de energía, hecha de emociones, que está en el interior de la mayoría de los seres humanos. Tiene su propia inteligencia, muy parecida a la de un animal astuto, y su principal objetivo es la supervivencia. Al igual que todas las formas de vida, necesita alimentarse periódicamente (absorber nueva energía) y su alimento es la energía compatible con la suya propia; es decir, la energía que vibra en una frecuencia semejante. Toda energía emocionalmente dolorosa puede convertirse en alimento para el cuerpo del dolor. Es por eso que tanto le agradan al cuerpo del dolor los pensamientos negativos y el drama de las relaciones humanas.
El cuerpo del dolor es una adicción a la infelicidad.

Hay algo en tu interior que busca periódicamente la negatividad emocional y la infelicidad. Es preciso estar más conscientes para verlo en nosotros mismos que en los demás. Una vez que la infelicidad se apodera de nosotros, tratamos de que los demás se sientan tan infelices como nosotros a fin de alimentarnos de sus reacciones emocionales negativas.

En la mayoría de los casos, el cuerpo del dolor tiene una fase activa y otra latente. Cuando está latente olvidamos fácilmente que llevamos una nube negra o un volcán dormido en nuestro interior.
El período que permanece latente varía de una persona a otra: lo más común es unas cuantas semanas, pero puede ser también unos cuantos días o unos meses. En algunos casos infrecuentes, el cuerpo del dolor puede permanecer en estado de hibernación durante años hasta que algún suceso lo despierta.

El cuerpo del dolor despierta o se activa ante un suceso o situación concreta y entonces quiere alimentarse de más dolor. Cuando se dispone a alimentarse puede valerse del suceso más trivial, desde algo que alguien dice o hace, o incluso un pensamiento.
Si la persona vive sola o no hay nadie cerca en el momento, el cuerpo del dolor se alimenta de los pensamientos negativos. De un momento a otro, los pensamientos se tornan profundamente negativos.
Todos los pensamientos son energía y el cuerpo del dolor procede a alimentarse de esa energía. Pero no cualquier pensamiento le sirve de alimento. Un pensamiento positivo vibra en una frecuencia diferente a un pensamiento negativo; el pensamiento positivo genera una sensación distinta a la que genera uno negativo. Aunque es la misma energía, vibran en frecuencias distintas. Un pensamiento alegre y positivo es indigestible para el cuerpo del dolor, el cual, solamente puede alimentarse de los pensamientos compatibles con su propio campo de energía.
Todas las cosas son campos de energía vibratorios en constante movimiento. Lo que percibimos como materia física es energía que vibra (se mueve) en una determinada gama de frecuencias; son átomos en movimiento. Los pensamientos están hechos de la misma energía pero vibran a una frecuencia más alta que la de la materia, por la cual no podemos verlos o tocarlos.
Los pensamientos tienen su propia gama de frecuencias: los negativos están en la parte inferior, mientras que los positivos están en la parte superior de la escala. La frecuencia vibratoria del cuerpo del dolor resuena con la de los pensamientos negativos, por lo cual, solamente puede alimentarse de ellos.

La emoción del cuerpo del dolor no tarda en apoderarse del pensamiento, y una vez que eso sucede, la mente comienza a producir pensamientos negativos. La voz de la mente comienza a contar historias de tristeza, angustia o ira acerca de la vida, de nosotros mismos, de las otras personas, de los sucesos pasados, presentes, futuros o imaginarios. La voz culpa, acusa, reniega, se imagina. Y nosotros nos identificamos totalmente con lo que dice la voz y creemos todos sus pensamientos distorsionados. Es el momento en que se apodera de nosotros la adicción a la infelicidad.
En ese momento, el cuerpo del dolor está viviendo a través de nosotros y suplantando a nuestro verdadero ser.
Cada pensamiento alimenta el cuerpo del dolor y éste, a su vez, genera más pensamientos. Es un círculo vicioso entre el cuerpo del dolor y el pensamiento.
En algún momento, después de unas cuantas horas o hasta días, una vez que el cuerpo del dolor está satisfecho, entonces vuelve a dormir, dejando tras de sí un organismo agotado y un cuerpo mucho más susceptible a la enfermedad. Se parece mucho a un parásito psíquico, y eso es en realidad.

Cuando tenemos personas a nuestro alrededor, especialmente el cónyuge o un familiar cercano, el cuerpo del dolor busca provocarlas para poder alimentarse del drama que seguramente sobrevendrá.
A los cuerpos del dolor les encantan las relaciones íntimas y las familias porque es a través de ellas que obtienen mayor alimento.

El cuerpo del dolor de la otra persona desea despertar el nuestro para que los dos puedan alimentarse mutuamente.
Muchas relaciones pasan por episodios violentos y destructivos montados por el cuerpo del dolor a intervalos periódicos. Un niño experimenta un sufrimiento casi insoportable cuando se ve obligado a presenciar la violencia emocional de los cuerpos del dolor de sus padres. Es una de las formas de transmitir el cuerpo del dolor de generación en generación.

El consumo excesivo de alcohol suele activar el cuerpo del dolor. En estado de ebriedad, la persona sufre un cambio de personalidad cuando el cuerpo del dolor asume el control. Una persona profundamente inconsciente cuyo cuerpo del dolor se reabastece periódicamente a través de la violencia física, suele dirigir esa violencia contra su cónyuge o sus hijos. Cuando recupera la sobriedad, su arrepentimiento es grande y auténtico y promete seriamente no volver a cometer esos actos de violencia. Sin embargo, la persona que habla y promete no es la entidad agresora, de tal manera que es seguro que vuelva a caer en ese comportamiento una y otra vez, a menos que reconozca el cuerpo del dolor que vive en su interior, opte por estar presente y logre dejar de identificarse con ese cuerpo del dolor.

Los cuerpos del dolor buscan infligir sufrimiento y ser a la vez víctimas de él. Se alimentan de la violencia, ya sea física o emocional.
Algunas parejas que creen estar enamoradas en realidad se sienten atraídas porque sus respectivos cuerpos del dolor se complementan.
Puede ser que un buen día vemos que nuestra pareja experimenta un cambio radical de personalidad; usa un tono de voz duro o estridente para acusarnos o culparnos y gritarnos. Hay una energía intensamente hostil que emana de ella. Cuando la miramos a los ojos, éstos ya no brillan. Es como si estuviéramos frente a un perfecto extraño en cuyos ojos vemos odio, hostilidad, amargura o ira. Cuando nos hablan, no es la voz de nuestra pareja, sino el cuerpo del dolor que habla a través de ella. Lo que dice no es más que la versión distorsionada de la realidad que nos ofrece el cuerpo del dolor; una realidad completamente distorsionada por el miedo, la hostilidad, la ira y el deseo de infligir y recibir más dolor. No es verdaderamente nuestra pareja, sino el cuerpo del dolor que ha tomado posesión de ella transitoriamente.
Sería difícil encontrar una pareja que no cargue con un cuerpo del dolor, pero quizás sería prudente elegir a alguien cuyo cuerpo del dolor no sea tan denso.

Algunas personas cargan cuerpos del dolor densos, que nunca están completamente latentes. Pueden sonreír y conversar educadamente, pero podemos sentir el nudo de infelicidad que bulle bajo la superficie, esperando el siguiente suceso que les permita reaccionar, la siguiente persona a quien culpar o confrontar, la siguiente razón para ser infelices. Sus cuerpos del dolor nunca se satisfacen, siempre están hambrientos. Intensifican la necesidad del ego de tener enemigos.
Su reactividad hace que las cosas con poca importancia se salgan de toda proporción porque tratan de arrastrar a los demás hacia su drama haciéndolos reaccionar.
Algunas de estas personas viven en batallas prolongadas y finalmente inútiles o en litigios contra empresas y personas. Otras se consumen de odio obsesivo contra su antigua pareja. Sin reconocer el dolor que llevan adentro, proyectan su dolor sobre las situaciones y los sucesos a través de su reacción. Puesto que no tienen consciencia alguna de lo que son, no distinguen entre un suceso y su reacción frente al mismo. Para ellos, la infelicidad y el sufrimiento es parte integral del suceso o de la situación. Al no tener consciencia de su estado interior, ni siquiera saben que son profundamente infelices y que están sufriendo.

¿Por qué las películas violentas atraen a un público tan grande? Hay una industria enorme, parte de la cual se sostiene gracias a la adicción de los seres humanos a la infelicidad. Las personas ven esas películas porque desean sentirse mal.
¿Qué es lo que motiva al ser humano a querer sentirse mal? El cuerpo del dolor.
Buena parte de la industria del entretenimiento está dirigida a él.
Además de la reactividad, los pensamientos negativos y el drama personal, el cuerpo del dolor también se renueva indirectamente a través del cine y la televisión.
Son cuerpos del dolor los que escriben y producen esas películas para que otros cuerpos del dolor paguen por verlas.

En la actual etapa evolutiva de la humanidad, la violencia no solamente es generalizada sino que va en aumento, a medida que la vieja consciencia egotista, amplificada por el cuerpo del dolor colectivo, se intensifica antes de su inevitable muerte.
Si las películas muestran la violencia dentro de su contexto más amplio, si muestran el origen y las consecuencia de esa violencia, si muestran la inconsciencia que está detrás de ella y que se pasa de generación en generación (la ira y el odio que viven en forma de cuerpo del dolor en cada ser humano), entonces las películas pueden desempeñar un papel fundamental en el despertar de la humanidad. Pueden ser el espejo en el cual la humanidad vea reflejada su locura. Aquello que reconoce la locura como tal es cordura, es el despertar de la consciencia, es el fin de la demencia.
Esta clase de películas existen y no alimentan el cuerpo del dolor. El cuerpo del dolor solamente se puede alimentar de las películas en las cuales la violencia se presenta como un comportamiento normal y hasta deseable, o que glorifican la violencia con el único propósito de generar emociones negativas en el observador.

Los medios de comunicación noticiosos en general, incluida la televisión, tienden a prosperar a base de noticias negativas. No venden principalmente noticias sino emociones negativas: alimento para el cuerpo del dolor. A los cuerpos del dolor sencillamente les encanta.

Los cuerpos del dolor colectivos tienen distintas ramificaciones; Las naciones, las razas, las tribus, etc., tienen sus propios cuerpos colectivos, algunos más pesados que otros.
Casi todas las mujeres participan del cuerpo del dolor colectivo femenino, el cual tiende a activarse especialmente antes de la menstruación. En ese momento, muchas mujeres se sienten invadidas de emociones negativas. Esto se debe a la represión y supresión de la parte femenina que se ha vivido durante los últimos 2.000 años.
Pero las mujeres se identifican con el ego menos que los hombres, permanecen en mayor contacto con el Ser interno y la intuición, son más sensibles y están en mayor sintonía con otras formas de vida y la naturaleza.
Los hombres también tienen parte femenina; todos los seres humanos, indistintamente de su género, tienen parte masculina y parte femenina. Al intentar suprimir la parte femenina a lo largo de estos 2.000 años, no solamente en las mujeres sino también en los hombres, la parte masculina que es más racional se ha intensificado y ha provocado una gran desconexión con nuestro ser interno.
Si no se hubiera destruido el equilibrio entre la energía masculina y femenina en nuestro planeta, el crecimiento del ego se habría visto obstaculizado en gran medida. No le habríamos declarado la guerra a la naturaleza y no estaríamos tan completamente alejados de nuestro Ser.

Actualmente vivimos una situación en la cual se ha interiorizado la supresión de nuestro aspecto femenino, incluso en la mayoría de las mujeres. Muchas de ellas, puesto que lo sagrado de lo femenino está suprimido, lo sienten en forma de dolor emocional. Se ha convertido en parte de su cuerpo del dolor, junto con el sufrimiento infligido a las mujeres durante miles de años a través del parto, las violaciones, la esclavitud, la tortura y la muerte violenta.
Pero las cosas están cambiando rápidamente; muchas personas comienzan a tomar consciencia y el ego comienza a perder su dominio sobre la mente humana.
Puesto que el ego nunca se arraigó profundamente en las mujeres, está perdiendo su ascendiente sobre ellas con mayor rapidez que sobre los hombres.

El cuerpo del dolor es más denso en algunos países en los cuales se han producido o cometido muchos actos de violencia colectiva. Esta es la razón por la que las naciones más antiguas tienden a tener cuerpos del dolor más fuertes.
Los países más jóvenes como Canadá o Australia, o los que han permanecido al abrigo de la locura generalizada como es el caso de Suiza, tienden a tener cuerpos colectivos más livianos. Claro está que los habitantes de esos países tienen sus propios cuerpos del dolor individuales.
Cuando se tiene sensibilidad suficiente, es posible sentir el peso del campo de energía de ciertos países tan pronto como uno baja del avión.
En otros países se puede percibir un campo de energía de violencia latente bajo la superficie de la vida cotidiana. En algunas naciones, como por ejemplo en el Medio Oriente, el cuerpo colectivo del dolor es tan agudo que una parte importante de la población se ve obligada a manifestarlo a través de un ciclo de locura interminable de crímenes y venganzas a partir del cual se renueva constantemente el cuerpo del dolor.

En algunos países el cuerpo del dolor es pesado pero ya ha dejado atrás su fase aguda. El pesado cuerpo del dolor de China se ha mitigado hasta cierto punto con la práctica generalizada del Tai Chi.
Todos los días, en las calles y en los parques, millones de personas practican esta forma de meditación en movimiento que tranquiliza la mente. Esto tiene un efecto profundo sobre el campo de energía colectivo y contribuye a disminuir hasta cierto punto el cuerpo del dolor, al reducir la actividad de la mente y generar Presencia.
El mundo occidental ha comenzado a acoger cada vez más las prácticas espirituales en las que participa el cuerpo físico, como el Tai Chi, el Qi-gong, y el Yoga. Estas prácticas no crean una separación entre el cuerpo y el espíritu y ayudan a debilitar el cuerpo del dolor. Su papel en el despertar del planeta será de gran importancia.

El cuerpo colectivo racial es pronunciado entre los judíos, quienes han sufrido persecuciones durante muchos siglos. No sorprende que sea también fuerte entre los pueblos nativos de Norteamérica, los cuales fueron diezmados y cuyas culturas prácticamente fueron aniquiladas con la llegada de los colonos europeos.
Los afroamericanos también tienen un cuerpo colectivo del dolor pronunciado. Sus ancestros fueron arrancados violentamente de su tierra natal, sometidos a golpes y vendidos como esclavos. Las bases de la prosperidad económica de los Estados Unidos se construyeron sobre el trabajo forzado de 4 ó 5 millones de esclavos.
El sufrimiento causado a los pueblos nativos y a los afroamericanos no ha permanecido confinado a esas dos razas, sino que se ha convertido en parte del cuerpo colectivo del dolor de los estadounidenses. Siempre sucede que tanto la víctima como el victimario sufren las consecuencias de todo acto de violencia, opresión o crueldad. Porque por ley del karma, nos hacemos a nosotros mismos lo que les hacemos a los demás.

Realmente no importa cuál proporción de nuestro cuerpo del dolor pertenezca a nuestra nación o nuestra raza y cuál proporción sea personal. Cualquiera que sea el caso, la única manera de trascenderlo es asumiendo la responsabilidad de nuestro estado interior en este momento. Mientras culpemos a los demás continuaremos alimentando el cuerpo del dolor con nuestros pensamientos y permaneceremos atrapados en el ego.
Solamente hay una fuente de maldad en nuestro planeta: la inconsciencia humana. Reconociendo tal inconsciencia, traemos luz y presencia y podemos disolver gran parte de nuestro dolor y negatividad.



Eckhart Tolle
"Una Nueva Tierra"