25 abril 2019

CÓMO RECONOCER EL ESPACIO INTERIOR


Un maestro zen caminaba en silencio con uno de sus discípulos por un sendero de la montaña. Cuando llegaron donde había un cedro antiguo, se sentaron para comer su merienda sencilla a base de arroz y verduras. Después de comer, el discípulo, un monje joven que no había descubierto todavía la clave del misterio del Zen, rompió el silencio para preguntar: "maestro, ¿cómo puedo entrar en Zen?"
Obviamente se refería a la forma de entrar en el estado de la conciencia que es el Zen.
El maestro permaneció en silencio. 
Pasaron casi cinco minutos durante los cuales el discípulo aguardó ansiosamente la respuesta. Estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el maestro le preguntó repentinamente, "¿oyes el sonido de esa quebrada en la montaña"?
El discípulo no se había percatado de ninguna quebrada. Estaba demasiado ocupado pensando en el significado del Zen. Entonces, prestó atención al sonido y su mente ruidosa comenzó a aquietarse. Al principio no oyó nada. Después, sus pensamientos dieron paso a un estado de alerta, hasta que escuchó el murmullo casi imperceptible de una quebrada en la distancia.
"Sí, ahora lo oigo", dijo.
El maestro levantó un dedo y con una mirada a la vez dura y gentil, le dijo, "Entra al Zen desde allí".
El discípulo quedó asombrado. Fue su Satori, un destello de iluminación. Sabía lo que era el Zen sin saber qué era lo que sabía.
Después siguieron su camino en silencio. El discípulo no salía de su asombro al sentir la vida del mundo que lo rodeaba. Lo experimentó todo como si fuera la primera vez. Sin embargo, poco a poco comenzó a pensar nuevamente. El ruido de su mente sofocó nuevamente la quietud de su conciencia y no tardó en formular otra pregunta: "maestro", dijo, "he estado pensando. ¿Qué hubiera dicho usted si yo no hubiera logrado oír la quebrada en la montaña?" El maestro se detuvo, lo miró, levantó el dedo y dijo, "Entra al Zen desde allí".

El espacio entre los pensamientos probablemente se haya manifestado esporádicamente en su vida sin que usted se haya percatado. 
Para la conciencia obnubilada por las experiencias y condicionada para identificarse exclusivamente con la forma, es decir, para la conciencia del objeto, es casi imposible reconocer el espacio en un principio. Esto implica que es imposible tomar conciencia de nosotros mismos porque siempre estamos conscientes de alguna otra cosa. La forma nos distrae continuamente. Hasta en los momentos en que nos parece estar conscientes de nosotros mismos nos hemos convertido en un objeto, una forma de pensamiento, de modo que tomamos conciencia de un pensamiento, pero no de nosotros mismos.

Al oír hablar del espacio interior quizás usted se disponga a buscarlo, pero si lo busca como si se tratara de un objeto o una experiencia, no podrá encontrarlo. 
Ese es el dilema de todas las personas que buscan la realización espiritual o la iluminación. 
Jesús dijo, "El reino de Dios no vendrá con señales que puedan observarse; tampoco diréis, 'Ha llegado' o 'Aquí está, porque el reino de Dios está entre vosotros".

Cuando nos pasamos la vida insatisfechos, preocupados, nerviosos, desesperados o agobiados por otros estados negativos; cuando podemos disfrutar las cosas sencillas como el sonido de la lluvia o del viento; cuando podemos ver la belleza de las nubes deslizándose en el cielo o estar solos sin sentirnos abandonados o sin necesitar el estímulo mental del entretenimiento; cuando podemos tratar a los extraños con verdadera bondad sin esperar nada de ellos, es porque se ha abierto un espacio, aunque sea breve, en medio de ese torrente incesante de pensamientos que es la mente humana. 
Cuando eso sucede, nos invade una sensación de bienestar, de paz vívida, aunque sutil. La intensidad varía entre una sensación de contento escasamente perceptible y lo que los antiguos sabios de la India llamaron "Ananda" (la dicha de Ser). 
Al haber sido condicionados a prestar atención a la forma únicamente, quizás no podamos notar esa sensación, salvo de manera indirecta. Por ejemplo, hay un elemento común entre la capacidad para ver la belleza, apreciar las cosas sencillas, disfrutar de la soledad o relacionarnos con otras personas con bondad. Ese elemento común es la sensación de tranquilidad, de paz y de estar realmente vivos. Es el telón de fondo invisible sin el cual esas experiencias serían imposibles.

Cada vez que sienta la belleza, la bondad, que reconozca la maravilla de las cosas sencillas de la vida, busque ese telón de fondo interior a través del cual se proyecta esa experiencia. Pero no lo busque como si buscara algo. No podría identificarlo y decir, "lo tengo", ni comprenderlo o definirlo mentalmente de alguna manera. Es como el cielo sin nubes. No tiene forma. Es espacio; es quietud; es la dulzura del Ser y mucho más que estas palabras, las cuales, son apenas una guía. Cuando logre sentirlo directamente en su interior, se profundizará. Así, cuando aprecie algo sencillo, un sonido, una imagen, una textura, cuando vea la belleza, cuando sienta cariño y bondad por otra persona, sienta ese espacio interior de donde proviene y se proyecta esa experiencia.

Desde tiempos inmemoriales, muchos poetas y sabios han observado que la verdadera felicidad (a la que denomino la alegría de Ser) se encuentra en las cosas más sencillas y aparentemente ordinarias. 
La mayoría de las personas, en su búsqueda incesante de experiencias significativas, se pierden constantemente de lo insignificante, lo cual, quizás no tenga nada de insignificante. 
Nietzsche, el filósofo, en un momento de profunda quietud, escribió: "¡Cuán poco es lo que se necesita para sentir la felicidad!
Precisamente la cosa más mínima, la cosa más suave, la cosa más liviana, el sonido de la lagartija al deslizarse, un suspiro, una brizna, una mirada, la mayor felicidad está hecha de lo mínimo. Es preciso mantener la quietud.

¿Por qué la "mayor felicidad" está hecha de "lo mínimo"? Porque la cosa o el suceso no son la causa de la felicidad, aunque así lo parezca en un principio. La cosa o el suceso es tan sutil, tan discreto que compone apenas una parte de nuestra conciencia. El resto es espacio interior, es la conciencia misma con la cual no interfiere la forma. 
El espacio interior, la conciencia y lo que somos realmente en nuestra esencia son la misma cosa. En otras palabras, la forma de las cosas pequeñas deja espacio para el espacio interior. Y es a partir del espacio interior, de la conciencia no condicionada, que emana la verdadera felicidad, la alegría de Ser; Ananda. Sin embargo, para tomar conciencia de las cosas pequeñas, es necesario el silencio interior.
Se necesita un estado de alerta muy grande. Mantenga la quietud. Mire. Oiga. Esté presente.

He aquí otra forma de encontrar el espacio interior: tome conciencia de estar consciente. Diga o piense, "Yo Soy" sin agregar nada más. Tome conciencia de la quietud que viene después del Yo Soy. Sienta su presencia, el ser desnudo, sin velos, sin ropajes. Es el Ser para el cual no hay juventud, vejez, riqueza o pobreza, bien o mal, ni ningún otro atributo. Es la matriz espaciosa de toda la creación, de toda la forma.



Eckhart Tolle
“Una Nueva Tierra”.

05 abril 2019

CÓMO SABER SI ESTOY CONSCIENTE O INCONSCIENTE


Cuando dejamos por completo de estar identificados con las formas, la conciencia, lo que somos, se libera de su prisión en la forma. Esa liberación es el surgimiento del espacio interior. Se presenta como una quietud, una paz sutil en el fondo de nuestro ser, hasta en presencia de algo aparentemente malo. 
Entonces, súbitamente, hay un espacio alrededor del suceso. También hay espacio alrededor de los altibajos emocionales, incluso alrededor del sufrimiento. Y por encima de todo, hay espacio entre los pensamientos. Y desde ese espacio, emana una paz que "no es de este mundo", porque este mundo es forma y la paz es espacio. Es la paz de Dios.
Entonces, podremos disfrutar y honrar las cosas de este mundo sin atribuirles la importancia y el peso que no tienen. Podremos participar en la danza de la creación y llevar una vida activa sin apegarnos a los resultados y sin imponer exigencias exageradas al mundo: lléname, hazme feliz, hazme sentir seguro, dime quién soy. El mundo no puede darnos esas cosas, y cuando nos despojamos de esas expectativas desaparece todo el sufrimiento creado por nosotros mismos. Todo ese sufrimiento se debe a que le hemos dado un valor exagerado a la forma y al hecho de no tener conciencia de la dimensión del espacio interior. Cuando esa dimensión se manifiesta en nuestra vida, podemos disfrutar las cosas, las experiencias y los placeres de los sentidos sin perdernos en ellos, sin apegarnos a ellos. Es decir, sin volvernos adictos al mundo.
Cuando se pierde la dimensión del espacio o cuando no la reconocemos, las cosas del mundo adquieren una importancia absoluta, una seriedad y un peso que realmente no tienen. Cuando no vemos el mundo desde la perspectiva de lo informe, se convierte en un lugar amenazador y, en últimas, en un lugar de desesperación.

La vida de la mayoría de las personas está atestada de cosas: cosas materiales, cosas por hacer, cosas en qué pensar. Sus mentes están atestadas de pensamientos, que se suceden uno tras otro sin parar. Esa es la dimensión de la conciencia del objeto, la cual, constituye la realidad predominante de muchas personas y es la causante de tanto desequilibrio. 
A fin de que la cordura reine nuevamente en nuestro planeta, debemos equilibrar la conciencia del objeto con la conciencia del espacio. El surgimiento de la conciencia del espacio es la etapa siguiente en la evolución de la humanidad. Esta etapa ya la estamos experimentando.
Tener conciencia del espacio significa que además de tener conciencia de las cosas (que siempre se reducen a las percepciones sensoriales, los pensamientos y las emociones), hay un estado de alerta subyacente. Este estado de alerta implica que no solamente somos conscientes de las cosas (los objetos) sino también del hecho de ser conscientes. Es eso que percibimos como una quietud despierta en el fondo mientras las cosas suceden en primer plano. Es una dimensión que está presente en todos nosotros, pero que pasa inadvertida para la mayoría de las personas. Algunas veces la señalo cuando pregunto, "¿Puede sentir su propia Presencia?"

La conciencia del espacio representa no solamente la liberación del ego, sino también del materialismo y la materialidad. Es la dimensión espiritual, la única capaz de imprimir trascendencia y un verdadero significado a este mundo.
La razón verdadera por la cual nos molestamos ante una situación, una persona o un suceso no está en la persona, la situación o el suceso, sino en haber perdido la perspectiva verdadera que solamente el espacio nos puede proporcionar. Quedamos atrapados en la conciencia del objeto y perdemos de vista el espacio interior atemporal de la conciencia misma. 

Cuando estamos muy cansados generalmente entramos en un estado de mayor reposo y tranquilidad de lo normal. Esto se debe a que los pensamientos se aquietan y dejamos de recordar ese yo problemático fabricado por la mente.  
El alcohol y ciertas drogas (siempre y cuando no activen el cuerpo del dolor), nos hacen sentir más relajados, despreocupados y quizá más llenos de vida durante un tiempo. Podemos comenzar a cantar y a bailar, manifestando esas expresiones características de la alegría de vivir desde tiempos remotos. Al aligerarse el peso de la mente podemos vislumbrar la alegría de Ser. Quizás esta es la razón por la cual se habla de "bebidas espirituosas". Pero el precio es elevado: la inconsciencia. En lugar de elevarnos por encima del pensamiento caemos por debajo de él. Con unos tragos de más retrocedemos al reino vegetal.
La conciencia del espacio no tiene nada que ver con las "lagunas" mentales. Aunque los dos estados tienen en común el hecho de estar más allá del pensamiento, hay una diferencia fundamental entre los dos. En el primero, nos elevamos por encima del pensamiento, mientras que en el segundo caemos por debajo de él. 
El uno es el paso siguiente en la evolución de la conciencia humana y el otro es un retroceso hacia un estado del cual salimos hace millones de años.

Ver televisión es la actividad (o más bien la inactividad) de esparcimiento predilecta de millones de personas del mundo entero. Para muchas personas, la televisión es "relajante". Si observamos atentamente, nos damos cuenta de que mientras más tiempo mantenemos la atención enfocada en la pantalla, más se suspende la actividad del pensamiento y más tiempo pasamos viendo solamente la entrevista, el programa de juego, la comedia o hasta los comerciales sin generar un solo pensamiento. No solamente olvidamos por completo nuestros problemas, sino que nos liberamos de nosotros mismos transitoriamente. ¿Qué podría ser más relajante que esto?
Entonces, ¿es la televisión un medio para crear espacio interior? ¿Nos ayuda a estar presentes? Desafortunadamente no es así. Si bien la mente suspende su actividad durante períodos prolongados de tiempo, se conecta con la actividad mental del programa de televisión. Se conecta con la versión televisada de la mente colectiva y entra a pensar esos pensamientos. La mente está inactiva únicamente en el sentido de no generar sus propios pensamientos. Sin embargo, está absorbiendo continuamente los pensamientos y las imágenes provenientes de la televisión. Esto induce una especie de estado de trance y mayor susceptibilidad, parecido al de la hipnosis. Es por eso que es ideal para manipular "la opinión pública", como lo saben bien los políticos, los grupos de interés y los anunciantes. Es por eso que pagan millones de dólares para sorprendernos inermes en ese estado de receptividad. Buscan reemplazar nuestros pensamientos por los de ellos, y por lo general lo consiguen.
Así, mientras vemos televisión, la tendencia es a caer por debajo del pensamiento en lugar de elevarnos por encima de él.

En esto, la televisión se parece al alcohol y a ciertas drogas. Si bien nos libera transitoriamente del ruido de la mente, el precio también es alto: la inconsciencia. 
Lo mismo que las drogas, la televisión tiene una cualidad adictiva grande. Tomamos el control para apagar el aparato y en lugar de hacerlo comenzamos a repasar todos los canales. Media hora o una hora después todavía estamos viendo y recorriendo los canales. Es como si el botón de apagado fuera el único que el dedo no logra oprimir. Continuamos pegados al aparato no porque algo interesante atrae nuestra atención, sino precisamente porque no hay nada interesante para ver. Una vez atrapados, mientras más trivial y más sin sentido, más adictiva se vuelve. Si fuera interesante y desafiara el intelecto, llevaría a la mente a pensar nuevamente, lo cual sería más consciente y preferible a un trance inducido por un aparato. Entonces, las imágenes de la pantalla no mantendrían totalmente cautiva nuestra atención.
Si el contenido del programa es de cierta calidad, puede contrarrestar hasta cierto punto, o incluso deshacer el efecto adormecedor del medio de la televisión. 
Hay algunos programas que han sido de gran ayuda para muchas personas, les han cambiado la vida para bien, les han servido para abrir el corazón y les han ayudado a alcanzar el estado de conciencia. Hay incluso ciertas comedias que, aunque no tratan ningún tema en particular, son espirituales sin saberlo porque nos muestran una caricatura del ego y de la sinrazón humana. Nos enseñan a no tomarnos nada demasiado en serio, a vivir la vida con despreocupación y, por encima de todo, enseñan por medio de la risa. La risa es extraordinaria como factor liberador y también curativo. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la televisión continúa bajo el control de personas totalmente sometidas al ego, de tal manera que continuamos bajo el control de esa segunda intención de adormecernos. Es decir, de sumirnos en la inconsciencia. 
Sin embargo, el medio de la televisión encierra un potencial enorme, todavía inexplorado.
Debemos evitar los programas y los comerciales que nos agreden con una secuencia acelerada de imágenes que cambian cada dos o tres segundos o menos. El exceso de televisión y de esos programas en particular es el causante en gran medida del trastorno del déficit de atención, una disfunción mental que afecta a millones de niños del mundo entero. Esos períodos breves de atención se traducen en percepciones y relaciones vacuas e insatisfactorias. Todo lo que hagamos estando en ese estado carece de calidad, porque la calidad requiere atención.
Ver la televisión con frecuencia y por períodos prolongados no solamente nos sume en un estado de inconsciencia, sino que nos induce a la pasividad y nos agota la energía. Por consiguiente, en lugar de ver cualquier cosa, elija los programas que desee ver. 
Cada vez que recuerde, sienta la vida dentro de su cuerpo mientras está frente a la pantalla. Tome conciencia de su respiración periódicamente. Aparte los ojos de la pantalla a intervalos regulares para que ésta no se apodere por completo de su sentido de la vista. No suba el volumen más de lo necesario para que la televisión no se apodere de su sentido de la audición. Oprima el botón de silenciar el aparato durante los comerciales. Asegúrese de no dormirse inmediatamente después de apagar o, peor aún, de quedarse dormido con el televisor encendido.

¿Cómo saber si estoy consciente o inconsciente?

Cada vez que seas consciente del espacio que hay entre pensamiento y pensamiento, entre contenido y contenido, estás siendo consciente. Es decir, ser consciente de esta Vida que eres más allá del contenido de la experiencia. Esta Presencia que siempre es aquí y ahora, y que, a pesar de todos los sucesos y acontecimientos, siempre es inalterable, intocable y que nunca cambia. 
Ser consciente es reconocer el observador que eres, más allá de todo movimiento y forma. Y que esta consciencia que eres, nunca está sujeta al tiempo ni a la experiencia. Es en sí misma Esto que no puede ser explicado ni descrito, pues carece de atributos. 
Cuando observas atentamente todo el contenido de la experiencia y te preguntas “¿Soy consciente?” ¿Qué es lo que queda?.


Eckhart Tolle
“Una Nueva Tierra”. 
Camino al Despertar