La acción va en una dirección, el pensamiento en otra, el sentimiento está en otra parte. Nos vamos haciendo pedazos, cada vez estamos más fragmentados. Eso es el sufrimiento: perdemos integración, perdemos unidad, perdemos por completo el centro, somos una simple periferia.
La gente vive sumida en el sufrimiento.
Solo existen dos maneras de salir de él:
1. La primera consiste en convertirse en meditador: alerta, despierto, consciente... y eso es algo que requiere coraje y constancia.
2. La manera más barata consiste en encontrar algo que te pueda dejar aún más inconsciente de lo que ya estás, para que no puedas sentir el sufrimiento. Encuentra algo que te deje totalmente insensible, algo que te intoxique, algún anestésico, droga que te deje tan inconsciente que puedas escapar a esa inconsciencia y olvidar todas tus ansiedades, angustias y sin sentidos.
La segunda manera no es la verdadera.
La segunda manera solo hace que tu sufrimiento resulte un poco más confortable, un poco más soportable, un poco más cómodo, pero no ayuda, no te transforma.
La única transformación llega por la vía de la meditación, porque la meditación es el único método que te hace consciente.
Para mí, la meditación es la única práctica espiritual verdadera.
Lo que yo te propongo es llevarte más allá del sufrimiento. No hay necesidad de adaptarse al sufrimiento: existe la posibilidad de liberarse por completo de él. Pero el camino es un poco difícil; el camino es un desafío. Tienes que hacerte consciente de tu cuerpo y de lo que haces con él.
El primer paso hacia la conciencia es prestarle mucha atención a tu cuerpo.
Poco a poco, uno se va poniendo en estado de alerta ante cada gesto y cada movimiento. Y a medida que te vas haciendo consciente, empieza a ocurrir un milagro: dejas de hacer muchas cosas que antes hacías. Tu cuerpo se encuentra más relajado, tu cuerpo está más entonado, una profunda paz empieza a prevalecer incluso en tu cuerpo, una música sutil vibra en tu cuerpo.
Después, empiezas a hacerte consciente de tus pensamientos; hay que hacer lo mismo con los pensamientos. Son más sutiles que el cuerpo y por supuesto, también más peligrosos.
Y cuando te hagas consciente de tus pensamientos, te sorprenderá lo que ocurre en tu interior.
Si pones por escrito lo que está ocurriendo en cualquier momento, te llevarás una gran sorpresa. Sigue escribiendo durante solo diez minutos. Sé absolutamente sincero; ponte a escribir lo que está pasando dentro de la mente. No lo interpretes, no lo alteres, no lo edites. Limítate a ponerlo en el papel sin adornos, tal como es, exactamente como es. Y al cabo de 10 minutos, léelo. ¡Verás una mente loca por dentro!
No somos conscientes de que esa locura fluye constantemente como una corriente subterránea. Afecta a todo lo que tiene importancia en tu vida. Afecta a cualquier cosa que hagas; y suma de todo ello va a ser tu vida.
Así pues, este loco debe cambiar. Y el milagro de la conciencia es que no necesitas hacer nada, aparte de hacerte consciente.
El fenómeno mismo de observarlo hace que cambie.
Poco a poco, el loco va desapareciendo. Poco a poco, los pensamientos empiezan a ajustarse a cierta pauta. Su caos desaparece, se van convirtiendo en algo más parecido a un cosmos. Y una vez más, una profunda paz lo domina todo.
Y cuando tu cuerpo y tu mente estén en paz, verás que están sintonizados uno con otro, que existe un puente. Ahora ya no corren en diferentes direcciones, ya no cabalgan en diferentes caballos. Por primera vez hay acuerdo, y ese acuerdo constituye una ayuda inmensa para trabajar el tercer paso: hacerte consciente de tus sentimientos, emociones, estados humor.
En cuanto eres consciente de estas tres cosas, todas se unen en un único fenómeno.
Y cuando estas tres cosas sean una sola, funcionando perfectamente al unísono, canturreando juntas, cuando puedas sentir la música de las tres, ocurre la cuarta.
Lo que tú no puedes hacer ocurre por sí solo, es un regalo de la totalidad. Es una recompensa para los que han hecho estas tres cosas.
Y la cuarta cosa es la conciencia definitiva que lo despierta a uno.
Uno se hace consciente de la propia conciencia, esa es la cuarta cosa.
Eso te convierte en un buda, un ser despierto.
Y solo en ese despertar llega uno a conocer lo que es la bienaventuranza.
Osho