Y has estado viajando y viajando durante millones de vidas, sin bañarte ni una sola vez.
Naturalmente, se ha acumulado mucho polvo. Eso no tiene nada de malo, es natural que ocurra.
Capas y más capas de polvo, y tú crees que esas capas son tu personalidad.
Te has llegado a identificar tanto con ellas, has vivido tanto tiempo con esas capas de polvo, que las confundes con tu piel.
Te has identificado con ellas.
La mente es el pasado, la memoria, el polvo.
A todos les cae encima... si viajas, recogerás polvo. Pero no hay necesidad de identificarse con él, no hay necesidad de unificarse con él, porque si te haces uno con él vas a tener problemas, porque tú no eres el polvo, eres conciencia.
Este polvo se puede tratar de dos maneras.
La manera «religiosa» corriente consiste en lavar la ropa y frotarse bien el cuerpo.
Pero estos métodos no sirven de gran ayuda. Por mucho que laves la ropa, la ropa se ha ensuciado tanto que ya no tiene remedio. No puedes limpiarla; al contrario: todo lo que hagas solo conseguirá ensuciarla más.
La gente religiosa te proporciona jabones y detergentes, instrucciones para lavar la suciedad, pero estos productos dejan sus propias manchas. Por eso, una persona inmoral puede volverse moral, pero seguirá estando sucia. Ahora lo está de un modo moral, pero sigue sucia. A veces, la situación es aún peor que antes.
Un hombre moral tiene toda la inmoralidad dentro de la mente, y le ha añadido cosas nuevas: las actitudes moralistas, puritanas, egoístas.
Toda la inmoralidad sigue estando dentro, porque no puedes controlar la mente desde la superficie; no hay manera de hacerlo. Simplemente, las cosas no funcionan así. Solo existe una clase de control, que es la percepción desde el centro.
La mente es como el polvo acumulado durante millones de viajes. La auténtica actitud religiosa, la actitud espiritual, consiste simplemente en tirar la ropa.
No te molestes en lavarla, porque no se puede lavar. Simplemente despréndete de ella como se desprende una serpiente de su piel vieja, y no mires hacia atrás.
Osho