“¿Por qué te quedas en
la cárcel cuando la puerta está abierta de par en par?
~ Rumi
El comienzo de la libertad implica que para liberarnos del
cuerpo del dolor debemos reconocer que lo tenemos. Después, y más importante
todavía, es preciso mantenernos lo suficientemente presentes y alertas para
notar el cuerpo del dolor cuando se activa en nosotros, como un flujo pesado de
emoción negativa. Cuando lo reconocemos, ya no puede fingir que es nosotros, ya
no puede hacerse pasar por nosotros, ni vivir ni renovarse a través de
nosotros.
La identificación con el cuerpo del dolor se rompe con la Presencia consciente.
Cuando dejamos de identificarnos con él, el cuerpo del dolor pierde todo
control sobre nuestra forma de pensar y, por tanto, no puede alimentarse de
nuestros pensamientos para renovarse.
En la mayoría de los casos, el cuerpo del dolor no se
disuelve inmediatamente. Sin embargo, una vez roto su vínculo con nuestros
pensamientos, comienza a perder energía. La emoción ya no nubla nuestro
pensamiento; el pasado ya no distorsiona nuestras percepciones del presente.
Entonces, la frecuencia en la cual vibra la energía atrapada anteriormente
cambia y se transmuta en Presencia.
Es así como el cuerpo del dolor se convierte en combustible
para la conciencia. Y ésta es la razón por la cual los hombres más sabios e
iluminados de nuestro planeta tuvieron también alguna vez un cuerpo del dolor
denso y pesado.
De todos los seres humanos emana un campo de energía
correspondiente a su estado interior. Y la mayoría de las personas lo pueden
percibir, aunque se perciba únicamente a nivel subliminal. Esto quiere decir
que los demás no saben por qué la perciben. No obstante, esa energía determina
en gran medida la forma como reaccionan frente a la persona.
Algunas personas, cuando conocen a otra, perciben claramente
su energía, incluso antes de cruzar palabra con ella.
Cuando reconocemos que los cuerpos del dolor buscan
inconscientemente más dolor, es decir, que desean que suceda algo malo,
comprendemos que muchos accidentes de tránsito son causados por los conductores
cuyos cuerpos del dolor están activos en ese momento.
Muchos actos de violencia son cometidos por personas
"normales" que pierden la cabeza transitoriamente.
¿Significa esto que las personas no son responsables de sus
actos cuando están bajo el control de su cuerpo del dolor?...
… ¿Cómo podrían serlo? ¿Cómo podemos ser responsables cuando
estamos inconscientes, cuando no sabemos lo que hacemos?
Cuando ya no podemos soportar más el ciclo permanente de
sufrimiento, comenzamos a despertar.
El sufrimiento ocupa un lugar necesario en el esquema
general de las cosas; los seres humanos están destinados a evolucionar hasta
convertirse en seres conscientes.
Quienes no lo hagan, sufrirán las consecuencias de su
inconsciencia.
Un día vino a verme una mujer de unos treinta años. Cuando
me saludó, pude sentir el sufrimiento a pesar de su sonrisa amable y
superficial. A los pocos segundos de comenzar a contarme su historia, su
sonrisa se convirtió en una mueca de dolor. Entonces rompió a llorar
inconsolablemente. Me dijo que se sentía sola y fracasada. Estaba llena de ira
y tristeza. Siendo niña había sufrido los abusos de un padre físicamente
violento. Vi claramente que su sufrimiento no se debía a las circunstancias de
su vida en ese momento sino a que cargaba el peso de un cuerpo del dolor muy
denso. Su cuerpo del dolor se había convertido en el filtro a través del cual
veía la situación de su vida. Todavía no estaba en capacidad de ver la conexión
entre el dolor emocional y sus pensamientos, puesto que estaba completamente
identificada con ambos. No podía reconocer que estaba alimentando su cuerpo del
dolor con sus pensamientos. En otras palabras, vivía con la carga de un yo muy
infeliz. Sin embargo, en algún nivel debió reconocer que la fuente del
sufrimiento estaba en su interior, que ella misma era su carga. Estaba lista
para despertar y por eso había acudido a mí.
Le pedí que llevara su atención a lo que sentía en el
interior de su cuerpo y que sintiera la emoción directamente, no a través del
filtro de sus pensamientos de infelicidad, de su historia de tristeza. Dijo que
había venido con la esperanza de que yo le mostrara el camino para salir de su
infelicidad, no para entrar en ella. Sin embargo, hizo lo que le pedí, aunque
con algo de renuencia. Lloraba y temblaba. "Eso es lo que siente en este
momento", le dije, "no hay nada que pueda hacer ahora porque eso es
lo que siente en este momento. Entonces, en lugar de cambiar la forma como se
siente en este momento, lo cual generará más sufrimiento, ¿cree posible aceptar
por completo lo que siente ahora?"
Guardó silencio unos instantes. Súbitamente se mostró
impaciente como si quisiera levantarse y dijo enojada, "no, no deseo
aceptar esto". "¿Quién está hablando?", le pregunté,
"¿usted o su infelicidad? ¿Se da cuenta de que su infelicidad por estar
infeliz es otra capa más de infelicidad?" Calló nuevamente. "No le
estoy pidiendo que haga algo. Lo único que le pido es que trate de descubrir si
le es posible permitir que esos sentimientos residan ahí. En otras palabras, y
esto puede parecerle extraño, ¿qué sucede con la infelicidad? ¿No desea
averiguarlo?"
Me miró intrigada durante unos momentos, y al cabo de un
minuto de silencio, noté un cambio importante en su campo de energía. Dijo,
"es raro, todavía me siento infeliz, pero ahora hay un espacio alrededor,
parece que me pesara menos". Fue la primera vez que alguien utilizó esa
descripción: hay espacio alrededor de mi infelicidad. Ese espacio se produce
cuando aceptamos interiormente lo que estamos experimentando en el presente.
No dije mucho más para dejarla vivir su experiencia. Más
adelante comprendió que en el mismo momento en que dejó de identificarse con el
sentimiento, con esa emoción dolorosa que vivía en su interior, tan pronto como
centró su atención sin tratar de resistirse, ese sentimiento ya no podría
controlarla ni controlar su pensamiento, ni mezclarse con una historia
inventada por su mente y titulada "Mi pobre yo infeliz". Encontró
otra dimensión en su vida, la cual trascendía ese pasado personal: la dimensión
de la Presencia.
Puesto que es imposible ser infeliz sin una historia triste,
hasta ahí llegó su infelicidad. También fue el comienzo del fin de su cuerpo
del dolor. La infelicidad no es más que la combinación de la emoción con una
historia triste.
Cuando terminó nuestra sesión, fue muy satisfactorio para mí
ver que venía de ser testigo del surgimiento de la Presencia en otro ser
humano. La razón misma de nuestra existencia en forma humana es traer a este
mundo esa dimensión de la conciencia.
También había visto cómo se había disminuido el cuerpo del
dolor, no como consecuencia de una lucha, sino al proyectar sobre él la luz de
la conciencia.
A los pocos minutos de irse mi visitante, se presentó una
amiga a dejarme algo. Tan pronto como entró en la habitación dijo, "¿qué
pasó aquí?" Se siente una energía pesada y lóbrega. Casi podría decir que
me siento mal. Debes abrir las ventanas y quemar incienso". Le expliqué
que venía de presenciar una gran liberación en una persona con un cuerpo del
dolor muy denso y que lo que estaba sintiendo seguramente era parte de la
energía liberada durante esa sesión. Sin embargo, mi amiga no quiso quedarse
para escuchar toda la historia. No veía la hora de salir.
Abrí las ventanas y salí a cenar en un restaurante indio
cercano. Lo que sucedió allí fue otra confirmación más de lo que ya sabía: que
en un plano, todos los cuerpos del dolor, aparentemente individuales, están
conectados. Sin embargo, la forma como obtuve la confirmación fue bastante
estremecedora.
Me senté en el restaurante y pedí la comida: Había otros
pocos comensales. En una mesa cercana estaba terminando de comer un señor de
edad madura, sentado en una silla de ruedas. Me dirigió una mirada breve pero
intensa. Al cabo de unos pocos minutos, se mostró alterado, agitado y comenzó a
sacudirse. Cuando el mesero se acercó a retirarle el plato, el señor comenzó a
discutir con él. "La comida estuvo pésima".
"¿Entonces por qué la comió?" preguntó el mesero.
Esas palabras bastaron para que se deshiciera en improperios. Comenzó a gritar
y de su boca salían toda clase de insultos. El comedor se llenó de un odio
intenso y violento. Podíamos sentir cómo esa energía penetraba en el cuerpo en
busca de algo a lo cual aferrarse. El hombre pasó a gritarles a los demás
comensales, pero por alguna razón me ignoró por completo mientras yo permanecía
en intensa Presencia. Sospeché que el cuerpo del dolor universal había
regresado para decirme, "pensaste que me habías derrotado, pero mírame,
aquí estoy". También contemplé la posibilidad de que el campo de energía
que se había liberado durante la sesión me había seguido al restaurante y se
había pegado a la única persona en quien encontró una frecuencia vibratoria
compatible, es decir, un cuerpo del dolor pesado.
El administrador abrió la puerta, "sólo váyase,
váyase". El hombre salió a toda velocidad en su silla, dejando a todo el
mundo aturdido. Un minuto después regresó. Su cuerpo del dolor no había
terminado todavía. Necesitaba más. Empujó la puerta con la silla de ruedas,
gritando vulgaridades. Una mesera trató de impedirle entrar y él se impulsó
hacia adelante clavando a la muchacha contra la pared. Algunos de los
comensales se levantaron para tratar de retirarlo. Hubo gritos, chillidos y se
armó el desorden.
Un poco más tarde se presentó un agente de policía, el
hombre se tranquilizó y se le pidió que se fuera y no regresara. Por fortuna,
la mesera no estaba lastimada, salvo por unos cuantos moretones en las piernas.
Cuando retornó la calma, el administrador se me acercó y me
preguntó,"¿Usted provocó todo esto?", un poco en broma pero quizás
sintiendo que había una conexión.
En los niños, el cuerpo del dolor a veces se manifiesta a
través del mal humor o el retraimiento. El niño se torna hosco, se niega a
relacionarse y puede sentarse en un rincón a chuparse el dedo o abrazado a un
muñeco. También se puede manifestar a través de accesos de llanto o de
pataletas. El niño grita, se tira al piso o incurre en comportamientos destructivos.
El hecho de no conseguir lo que desea puede desencadenar al cuerpo del dolor, y
en un cuerpo del dolor apenas en desarrollo, la fuerza del deseo puede ser
intensa.
Los padres podrán sentirse perplejos sin saber qué hacer y
sin poder creer que su pequeño ángel se ha convertido en un monstruo en tan
sólo unos segundos. "¿De dónde sale tanta desesperación?" se
preguntan. Es, en mayor o menor medida, la participación del niño en el cuerpo
colectivo de la humanidad, el cual se remonta al origen mismo del ego humano.
Pero el niño quizás recibió sufrimiento de los cuerpos del
dolor de sus padres, de tal manera que estos podrán ver en su hijo el reflejo
de lo que hay en ellos. El cuerpo del dolor de los padres puede afectar
profundamente a los niños altamente sensibles. El hecho de tener que presenciar
la demencia del drama de sus padres les provoca un dolor emocional
insoportable, de tal manera que son estos niños quienes llegan a tener cuerpos
del dolor muy densos en la edad adulta. Los padres que tratan de ocultar sus
cuerpos del dolor no engañan a sus hijos. "No debemos pelear delante de
los niños", dicen, pero eso sólo significa que mientras conversan
educadamente, el hogar está cargado de energía negativa. Suprimir el cuerpo del
dolor es extremadamente tóxico, mucho más que dejarlo manifestar abiertamente,
y los niños absorben esa toxicidad psíquica, la cual contribuye a acrecentar
sus propios cuerpos del dolor.
Algunos niños aprenden acerca del ego y del cuerpo del dolor
por la vía subliminal, por el solo hecho de vivir con padres altamente inconscientes.
Una mujer cuyos dos progenitores tenían un ego y un cuerpo del dolor muy
fuertes me dijo que cuando sus padres se gritaban y se ofendían, a pesar de
amarlos, ella se decía, "estas dos personas están locas. ¿Cómo terminé yo
aquí?" Ya tenía la conciencia de la demencia de esa clase de vida. Esa
conciencia le ayudó a amortiguar la cantidad de dolor absorbida de sus padres.
Los padres suelen preguntarse cómo manejar el cuerpo del
dolor de sus hijos. La primera pregunta es si están manejando el propio. ¿Lo
reconocen dentro de sí mismos? ¿Pueden mantenerse lo suficientemente presentes
cuando se activa para poder tomar conciencia de la emoción a nivel de las
sensaciones antes de que pueda convertirse en pensamiento y, por tanto, en una
"persona infeliz"?
Mientras un niño sufre un ataque del cuerpo del dolor no es
mucho lo que podamos hacer salvo estar presentes a fin de no dejarnos arrastrar
hacia una reacción emocional y evitar así que el cuerpo del dolor del niño se
alimente de ella. Los cuerpos del dolor pueden ser enormemente histriónicos y
no hay que dejarse engañar por ellos. No hay que tomarlos muy en serio. Si el
cuerpo del dolor se activó por que no se le dio gusto al niño, es preciso no
ceder ante sus exigencias. De lo contrario, el niño aprenderá que
"mientras más desgraciado soy, mayor es la probabilidad de obtener lo que
deseo". Esta es la fórmula para la disfunción posteriormente en la vida.
El cuerpo del dolor se frustrará al ver que los padres no reaccionan y
seguramente exagerará su ataque un poco más, antes de tranquilizarse. Por
suerte, los episodios del cuerpo del dolor suelen ser más breves en la infancia
que en la edad adulta.
Conviene hablar con el niño sobre lo sucedido cuando se
serene, o al día siguiente. Pero no se trata de hablarle al niño sobre el
cuerpo del dolor. Lo mejor es hacerle preguntas como, "¿qué te pasó ayer
cuando no podías dejar de gritar? ¿Recuerdas? ¿Cómo te sentiste? ¿Te gustó esa
sensación? ¿Tiene nombre eso que te sucedió? ¿No? ¿Si pudieras darle un nombre,
cómo lo llamarías? ¿Querrías hacer un dibujo para explicar cómo fue? ¿Se
durmió? ¿Crees que pueda volver?"
Estas son apenas algunas sugerencias. El propósito de este
tipo de preguntas es despertar en el niño su facultad para observar, es decir,
su Presencia. De esta manera, el niño aprenderá a no identificarse con el
cuerpo del dolor.
También conviene que el padre hable con el niño acerca de su
propio cuerpo del dolor, en unas palabras que el niño pueda comprender. La
próxima vez que el cuerpo del dolor asuma el control del niño, se le puede
decir, "ha regresado, ¿verdad?". Se deben utilizar las mismas
palabras que el niño utilizó cuando habló al respecto y dirigir su atención
hacia sus sensaciones. La actitud del adulto debe ser de interés o curiosidad,
en lugar de crítica o condena.
No es muy probable que con eso se pueda frenar al cuerpo del
dolor y hasta podrá parecer que el niño ni siquiera escucha. Sin embargo, en el
fondo quedará algo de conciencia, incluso durante los momentos en que esté
activo el cuerpo del dolor. Con el tiempo, la conciencia se irá fortaleciendo
mientras el cuerpo del dolor se debilita. El niño estará desarrollando más
Presencia. Un día quizá suceda que sea el niño quien nos señale que nuestro
cuerpo del dolor ha asumido el control sobre nosotros.
No toda la infelicidad es del cuerpo del dolor. Una parte es
nueva infelicidad, creada cada vez que no estamos en armonía con el momento
presente, cuando negamos el ahora de una forma u otra. Cuando reconocemos que
el momento presente es lo que ya está sucediendo y, por ende, es inevitable,
podemos aportarle una actitud positiva de aceptación imparcial y no solamente
no crear más infelicidad sino apropiarnos del poder de la Vida misma al eliminar toda
resistencia.
La infelicidad del cuerpo del dolor siempre es completamente
desproporcionada en relación con su causa aparente. En otras palabras, es una
reacción exagerada. Es así como se la reconoce, aunque generalmente no es la persona
poseída quien la reconoce. Una persona con un cuerpo del dolor pesado encuentra
fácilmente las razones para sentirse alterada, molesta, afligida, triste o
temerosa. Las cosas relativamente insignificantes que en otra persona
provocarían solamente un encogimiento de hombros y una sonrisa indiferente, se
convierten en la causa aparente de un sufrimiento intenso. Y claro está que no
son la causa verdadera, sino el factor desencadenante, el cual revive las
viejas emociones acumuladas. La emoción se aposenta luego en la cabeza, donde
amplifica e imprime energía a las estructuras egotistas de la mente.
El cuerpo del dolor y el ego son parientes cercanos. Se
necesitan mutuamente. El suceso o la situación desencadenante se interpreta y
se pone en escena a través de la pantalla de un ego altamente emocional. Esto
quiere decir que su significado se distorsiona completamente. Vemos el presente
a través de los ojos del pasado emocional que llevamos dentro. En otras
palabras, lo que vemos o experimentamos no está en el suceso ni en la situación,
sino en nosotros. O, en algunos casos, aunque sea parte del suceso o de la situación
terminamos amplificándolo con nuestra reacción. Esta reacción, esta
amplificación, es el alimento que el cuerpo del dolor desea y necesita.
La persona poseedora de un cuerpo del dolor pesado encuentra
a veces imposible distanciarse de su interpretación distorsionada, de su
"historia" cargada de emoción. Mientras más emoción negativa haya en
una historia, más pesada e impenetrable es ésta. Así, la historia no se reconoce
como tal sino que se la confunde con la realidad. Cuando estamos completamente
atrapados en el devenir del pensamiento y las emociones que lo acompañan, es
imposible desprendernos porque ni siquiera sabemos que podemos hacerlo. Estamos
atrapados en nuestra propia película o ilusión. Y hasta donde sabemos, nuestra
reacción es la única reacción posible.
La emanación de energía de una persona con un cuerpo del
dolor activo es muy particular y les resulta muy desagradable a los demás.
Cuando se cruzan con esa persona, hay quienes sienten la necesidad de apartarse
inmediatamente o de reducir al mínimo su interacción con ella. Se sienten
repelidas por su campo de energía.
Otras personas sienten una ola de agresión dirigida contra ellas
y reaccionan con grosería atacándola verbalmente o hasta físicamente también.
Eso significa que hay algo en su interior que resuena con el cuerpo del dolor
del otro. Aquello contra lo cual reaccionaron con tanta fuerza vive en su
interior también. Es su propio cuerpo del dolor.
No sorprende entonces que las personas cuyos cuerpos del
dolor son pesados y activos vivan con frecuencia en situaciones de conflicto.
Algunas veces, como es natural, ellas mismas las provocan. Pero otras veces
quizás ni siquiera hagan nada. La negatividad que emanan es suficiente para
atraer la hostilidad y generar el conflicto. Se necesita un alto grado de
Presencia para evitar reaccionar cuando se está frente a una persona con un
cuerpo del dolor tan activo.
Cuando logramos estar presentes, a veces sucede que nuestra
Presencia lleva a la otra persona a dejar de identificarse con su cuerpo del
dolor y a experimentar el milagro de un despertar súbito. Aunque ese despertar
sea de corta duración, será la iniciación de todo el proceso.
Uno de esos primeros despertares que pude observar ocurrió
hace muchos años, eran casi las once de la noche cuando sonó el timbre de mi
casa. Por el intercomunicador oí la voz angustiada de mi vecina Ethel.
"Necesito hablar contigo, es muy importante, por favor déjame entrar".
Ethel era una mujer madura, inteligente y muy culta. También
tenía un ego fuerte y un cuerpo del dolor pesado. Había escapado de la Alemania nazi siendo
adolescente y muchos de los miembros de su familia habían muerto en los campos
de concentración.
Ethel se sentó en mi sofá y, con manos temblorosas, sacó de
una carpeta unas cartas y documentos que esparció por el sofá y por el piso.
Tuve inmediatamente una extraña sensación, como si algún interruptor hubiera
subido al máximo la intensidad de la luz dentro de mi cuerpo. No tuve más
alternativa que permanecer abierto, alerta, intensamente presente, presente con
cada célula de mi cuerpo. La miré sin pensar ni juzgar y la escuché
atentamente, sin hacer comentarios mentales. De su boca brotaron las palabras a
borbotones. "Hoy recibí otra carta perturbadora. Están fraguando una
venganza en mi contra, debes ayudarme, debemos luchar juntos contra ellos. Esos
abogados corruptos no se detendrán ante nada, perderé mi casa, me amenazan con expropiarme".
Logré entender que se negaba a pagar la cuenta de los
servicios porque los administradores del inmueble no habían realizado unas
reparaciones. Ellos, por su parte, amenazaban con demandar.
Habló durante cerca de diez minutos. Yo me limité a oírla en
silencio. Súbitamente dejó de hablar, miró los papeles esparcidos por todas
partes como si acabara de despertar de un sueño. Se calmó y dulcificó. Todo su
campo de energía cambió. Después me miró y dijo, "esto realmente no tiene
importancia alguna, ¿verdad?”. "No, no la tiene", respondí.
Permaneció en silencio un par de minutos y después recogió
sus papeles y se fue.
A la mañana siguiente me detuvo en la calle y me dirigió una
mirada de suspicacia. "¿Qué me hiciste? Anoche, por primera vez en muchos
años, pude dormir bien. En realidad dormí como un bebé".
Pensaba que yo le "había hecho algo", pero no era
así. En lugar de hacerme esa pregunta, quizás ha debido preguntar sobre lo que
yo no había hecho. No había reaccionado, no había confirmado la realidad de su
historia, no había alimentado su mente con más pensamientos ni su cuerpo del
dolor con más emoción.
Le había permitido experimentar su experiencia de ese
momento, y para permitir tal cosa es preciso no interferir y no hacer. Estar
presente siempre es una vía mucho más poderosa que hacer o decir, si bien
algunas veces el hecho de estar presente puede dar lugar a palabras o
actuaciones.
Aunque no se produjo en ella una transformación permanente,
pudo vislumbrar lo posible, aquello que ya vivía en ella. En el Zen, ese destello
se denomina satori. Satori es un momento de Presencia, es un instante en el
cual dejamos de lado la voz mental, los procesos de pensamiento y su
manifestación física en forma de emoción. Es el afloramiento de un espacio
interior donde antes residían el tumulto y la perturbación causados por los
pensamientos y las emociones.
Como la mente pensante es incapaz de comprender la Presencia , suele
interpretarla erróneamente. Nos acusará de indiferentes, distantes, crueles y
de no establecer relaciones. La verdad es que sí nos relacionamos, pero a un
nivel más profundo que el del pensamiento y la emoción. En realidad es que a
ese nivel hay una verdadera comunión, una unión que va mucho más allá de la
relación. En la quietud de la Presencia podemos sentir la esencia informe de
nuestro ser y de los demás también. Reconocer la unicidad en nosotros mismos y
en el otro es el verdadero amor, el verdadero interés y la verdadera compasión.
Algunos cuerpos del dolor reaccionan solamente ante una
determinada situación o ante un cierto factor desencadenante, el cual, por lo
general, resuena con un determinado tipo de dolor emocional experimentado en el
pasado.
Por ejemplo; si un niño crece con padres para quienes el
dinero es motivo de dramas y conflictos frecuentes, podría absorber el temor de
sus padres con respecto al dinero y desarrollar un cuerpo del dolor que se
activa cuando hay de por medio problemas económicos. Estas son personas que se
molestan o se enojan por cantidades insignificantes de dinero. Detrás de su
rabia o su molestia hay problemas de supervivencia y de temor intenso.
Un niño abandonado o descuidado por sus padres en la
infancia seguramente desarrollará un cuerpo del dolor que tenderá a activarse
en todas las situaciones que resuenen con su sufrimiento primordial de
abandono. El amigo que llega tarde a recogerlo en el aeropuerto o el cónyuge
que llega tarde a la casa puede desencadenar un gran ataque del cuerpo del
dolor.
Si su compañero o cónyuge los abandona o se muere, el dolor
emocional que sienten es mucho más intenso que el que sería natural en una
situación como ésa. Podría manifestarse en forma de angustia intensa, depresión
debilitante o ira obsesiva.
La niña víctima del abuso de su padre podrá descubrir que su
cuerpo del dolor se activa fácilmente en cualquier relación cercana con un
hombre. O la emoción constitutiva de su cuerpo del dolor puede empujarla hacia
un hombre cuyo cuerpo del dolor es semejante al de su padre. Su cuerpo del
dolor puede sentir una atracción magnética hacia alguien que pueda alimentarlo
con el mismo dolor. A veces, ese dolor puede interpretarse equivocadamente como
enamoramiento.
Un hombre que vino al mundo sin ser deseado y no recibió
amor sino apenas un mínimo de cariño y atención de su madre, desarrolló un cuerpo
del dolor pesado y ambivalente constituido por un intenso anhelo insatisfecho
por el amor y la atención de su madre, y al mismo tiempo un odio profundo hacia
ella por negarle lo que necesitaba desesperadamente.
Al llegar a la edad adulta, casi todos los hombres
desencadenaban la carencia de su cuerpo del dolor (una forma de dolor
emocional) la cual se manifestaba como una compulsión adictiva por
"conquistar y seducir" prácticamente a todas las mujeres a quienes
conocía a fin de obtener el amor y la atención femenina de los cuales estaba
sediento su cuerpo del dolor.
Llegó a ser muy experto en seducción, pero tan pronto como
la relación llegaba a la intimidad o alguna mujer lo rechazaba, la ira contra
su madre se apoderaba de él y acababa con la relación.
Cuando aprendemos a reconocer el afloramiento de nuestro
cuerpo del dolor, aprendemos rápidamente cuáles son los factores que lo
activan, trátese de situaciones o de ciertas cosas que los demás dicen o hacen.
Tan pronto como se presentan esos factores, los reconocemos inmediatamente por
lo que son y entramos en un estado de alerta. Al cabo de uno o dos segundos
también notamos la reacción emocional que cobra forma en el cuerpo del dolor,
pero en el estado de Presencia alerta no nos identificamos con él, lo cual
significa que el cuerpo del dolor no puede apoderarse de nosotros y convertirse
en la voz de la mente.
Si nos encontramos en ese momento con nuestra pareja,
podemos decirle: "lo que acabas de decir (o de hacer) activó mi cuerpo del
dolor". Así, podemos establecer un acuerdo según el cual cada vez que
alguno de los dos diga o haga algo que active el cuerpo del dolor del otro, lo
mencionamos inmediatamente. De esta manera, el cuerpo del dolor no puede
renovarse a través del drama en la relación y, en lugar de sepultarnos en la
inconciencia, nos ayudará a estar completamente presentes.
Cada vez que estamos presentes cuando el cuerpo del dolor se
manifiesta, parte de la energía emocional negativa se quema, por así decirlo, y
se transmuta en Presencia. El resto del cuerpo del dolor se retirará
rápidamente a la espera de una oportunidad más propicia para aflorar
nuevamente. Es decir, cuando estemos menos conscientes. El cuerpo del dolor
tendrá una mejor oportunidad cuando perdamos Presencia, quizás después de beber
unos tragos o mientras vemos una película violenta.
La emoción negativa más insignificante como estar irritados
o ansiosos también puede servir de puerta para el regreso del cuerpo del dolor.
El cuerpo del dolor necesita de la inconciencia. No tolera la luz de la Presencia.
EL CUERPO DEL DOLOR COMO MEDIO PARA DESPERTAR
A primera vista, parecería que el cuerpo del dolor es el
mayor obstáculo para el despertar de la nueva conciencia de la humanidad. Ocupa
nuestra mente, controla y distorsiona nuestro pensamiento, perturba nuestras
relaciones y se siente como una especie de nube negra que invade todo nuestro
campo de energía.
Tiende a llevarnos a la inconciencia, hablando en términos
espirituales, a la identificación total con la mente y la emoción. Nos pone a
la defensiva, nos lleva a decir y hacer cosas destinadas a acrecentar la
infelicidad interior y la del mundo. Sin embargo, a medida que crece la
infelicidad, más se altera la vida. Podrá llegar el momento en que el cuerpo no
soporte más la tensión y desarrolle una enfermedad o alguna disfunción.
Podríamos sufrir un accidente o caer en una situación de intenso conflicto o
drama como consecuencia del deseo del cuerpo del dolor de que suceda algo malo.
Podríamos incluso llegar a cometer actos de violencia física. O podríamos
llegar hasta el punto de no soportar un día más nuestro ser infeliz. Y claro
está que el cuerpo del dolor es parte de ese falso ser.
Cada vez que el cuerpo del dolor se apodera de nosotros,
cada vez que no lo reconocemos por lo que es, pasa a ser parte del ego. Todo
aquello con lo cual nos identificamos se convierte en ego.
El cuerpo del dolor es una de las cosas más poderosas con
las cuales se identifica el ego, y necesita de él para renovarse. Sin embargo,
esa alianza malévola con el tiempo se deshace cuando el cuerpo del dolor es tan
pesado que en lugar de fortalecer las estructuras egotistas de la mente, las
debilita a través del ataque constante de su carga energética, de la misma
manera que la corriente activa un aparato electrónico pero puede fundirlo si el
voltaje es demasiado alto.
La gente cuyo cuerpo del dolor es muy fuerte, llega a veces
a un punto en el que la vida se torna intolerable, donde ya no puede soportar
más dolor ni más drama. Una persona lo expresó diciendo sencillamente que
estaba "hastiada de ser infeliz".
Algunas personas pueden sentir, como me sucedió a mí, que ya
no pueden vivir consigo mismas. Por tanto, la paz interior pasa a ser la
primera prioridad. La fuerza intensa del dolor emocional las lleva a dejar de
identificarse con el contenido de su mente y las estructuras mentales y
emocionales que han dado origen a su "ser infeliz" y que lo
perpetúan. Entonces reconocen no ser ni su historia de infelicidad ni la
emoción que están sintiendo. En lugar de empujarlas hacia la inconsciencia, el
cuerpo del dolor se convierte en el vehículo para despertar, en el factor
decisivo que las obliga a asumir el estado de Presencia.
Sin embargo, debido al influjo sin precedentes de conciencia
que estamos experimentando actualmente en el planeta, muchas personas ya no
necesitan caer en el abismo profundo del sufrimiento agudo para dejar de
identificarse con su cuerpo del dolor. Cada vez que notan que han caído en un
estado disfuncional, pueden optar por salir de esa identificación con el
pensamiento y la emoción y entrar en estado de Presencia.
Renuncian a resistirse, entran en un estado de alerta,
quietud y unión con aquello que es, tanto interna como externamente.
El paso siguiente de la evolución humana no es inevitable
pero, por primera vez en la historia de nuestro planeta, podrá ser producto de
una decisión consciente. ¿Quién toma la decisión? Usted. ¿Y quién es usted? La
conciencia que ha tomado conciencia de sí misma.
Una pregunta frecuente es: "¿cuánto tiempo se necesita
para liberarse del cuerpo del dolor?"
Eso depende de la densidad del cuerpo del dolor y del grado
o intensidad del estado de Presencia de la persona. Pero la causa del
sufrimiento que nos infligimos e infligimos a los demás no es el cuerpo del
dolor sino la identificación con él. No es el cuerpo del dolor sino la
identificación con él la que nos empuja a revivir el pasado una y otra vez y la
que nos mantiene en un estado de inconsciencia.
Por consiguiente, sería más importante preguntar lo
siguiente: "¿Cuánto tiempo se necesita para dejar de identificarse con el
cuerpo del dolor?"
Y la respuesta a esta pregunta es que no se necesita tiempo.
Cuando se activa el cuerpo del dolor debemos reconocer que lo que sentimos es
el cuerpo del dolor interno.
Ese reconocimiento es todo lo que se necesita para romper la
identificación con el cuerpo del dolor. Y cuando la identificación cesa,
comienza la transmutación.
El hecho de saber impide que la vieja emoción se suba a la
cabeza y se apodere no solamente del diálogo interno sino también de nuestros
actos y de nuestras interacciones con los demás.
Esto significa que el cuerpo del dolor queda imposibilitado
para renovarse a través de nosotros. Entonces la emoción permanece en nosotros
durante un tiempo y emerge periódicamente.
Ocasionalmente puede también engañarnos para que nos
identifiquemos con ella y no podamos ver la identificación, pero no por mucho
tiempo. El hecho de no proyectar las viejas emociones sobre las situaciones
implica tener que enfrentarlas directamente en nuestro interior. Si bien puede
no ser agradable, no nos matará. Nuestra Presencia es más que capaz de
repelerla. La emoción no es nuestra esencia.
Cuando sienta su cuerpo del dolor, no caiga en el error de
pensar que hay algo malo en usted. Al ego le encanta cuando nos convertimos en
problema. El reconocimiento debe ir acompañado de aceptación. Cualquier otra
cosa lo debilitará. Aceptar implica permitirnos sentir lo que sea que estemos
sintiendo en el momento. Es parte de la existencia del Ahora. No podemos
discutir con aquello que es. Bueno, sí se puede, pero a costa del sufrimiento.
Aceptando nos convertimos en lo que somos: vastos y espaciosos. Nos convertimos
en el todo que somos, dejamos de ser un fragmento como lo cree el ego y damos
paso a nuestra verdadera naturaleza. Y entonces somos uno con la naturaleza de
Dios.
Eckhart Tolle ("Una Nueva Tierra")