El todo comprende todo aquello que existe, es el mundo o el cosmos.
Desde los microbios hasta los seres humanos y las galaxias, forma una red de procesos multidimensionales conectados y no es una serie de cosas o entidades independientes (todo está conectado por la misma red energética).
Son dos las razones por las cuales no percibimos esta unidad y consideramos que todas las cosas son independientes:
Una es la percepción, la cual reduce la realidad a lo que nos es accesible a través de nuestros pocos sentidos: lo que vemos, oímos, olemos, saboreamos y palpamos.
Pero cuando percibimos sin interpretar ni adjuntar rótulos mentales, es decir, sin agregar pensamiento a nuestras percepciones (sin juzgar), podemos sentir una conexión más profunda detrás de nuestra percepción de la separación.
La otra razón más seria por la cual vivimos en la ilusión de la separación, es el pensamiento compulsivo.
Es cuando permanecemos atrapados en el torrente incesante de pensamientos compulsivos, que el universo se aparta de nosotros y perdemos la capacidad de sentir la conexión con todo lo que existe.
Más allá de la interconexión entre todo lo que existe, hay un nivel más profundo.
En ese nivel del todo, todas las cosas son una. Es la Fuente, la única Vida inmanifiesta. Es la inteligencia eterna que se manifiesta a través del desenvolvimiento del universo en el tiempo.
El todo está hecho de existencia y Ser, lo manifiesto y lo inmanifiesto, el mundo y Dios. Así, cuando entramos en armonía con el todo, nos convertimos en una parte consciente de la red del todo y de su propósito: el surgimiento de la conciencia en el mundo.
El resultado es que comienzan a ocurrir con frecuencia las "casualidades" propicias, los encuentros fortuitos, las coincidencias y los sucesos sincronizados.
La naturaleza existe en estado de unicidad inconsciente con el todo.
(Las plantas, los animales y toda la naturaleza está alineada con el fluir del todo, pero inconscientemente).
Nuestro propósito y destino es traer a este mundo una nueva dimensión, permaneciendo en unicidad consciente con la totalidad y en armonía consciente con la inteligencia universal.
¿Puede el todo utilizar a la mente humana para crear cosas o para producir situaciones que estén en armonía con su propósito?
Sí, cada vez que hay inspiración, palabra que significa "en espíritu", y cada vez que hay entusiasmo, palabra que significa "en Dios", se desata un poder creador que va mucho más allá de lo que una simple persona puede hacer.
EL ESTAR SIENDO DEL TAO
No solamente se ha estado expandiendo sino que su complejidad y su diferenciación han ido aumentando cada vez más.
Algunos científicos también postulan que este movimiento desde la unicidad hasta la multiplicidad dará marcha atrás con el tiempo. Entonces cesará la expansión y el universo comenzará a contraerse nuevamente para volver a lo inmanifiesto, a la nada inconcebible de la cual se originó. Y quizás repita los ciclos de nacimiento, expansión, contracción y muerte una y otra vez.
¿Con qué fin? "¿Por qué molestarse el universo en existir?" pregunta el físico Stephen Hawking, reconociendo al mismo tiempo que no hay modelo matemático alguno que pueda dar la respuesta.
Si miramos hacia el interior en lugar del exterior únicamente, descubrimos que tenemos un propósito interno (despertar) y otro externo (llevar a la acción el propósito interno), y puesto que somos un reflejo microcósmico del macrocosmos, debemos concluir que el universo también tiene un propósito interno y otro externo.
El propósito interno del universo es despertar a su esencia informe. Y su propósito externo es crear la forma y experimentar la interacción de las formas (el juego, el sueño, el drama, o como queramos llamarlo).
Después viene la reconciliación entre ambos propósitos: traer la esencia (la conciencia) al mundo de la forma y, por ende, transformar el mundo.
El propósito último de esta transformación está más allá de la comprensión de la mente humana. Y, no obstante, esa transformación es la tarea que se nos ha asignado en este momento en este planeta. Es la reconciliación del propósito externo y el interno, la reconciliación entre Dios y el mundo.
Nada de lo que digamos sobre la naturaleza del universo debe tomarse como verdad absoluta. El infinito no puede explicarse a base de fórmulas matemáticas o de conceptos. Ningún pensamiento puede encapsular la inmensidad de la totalidad. Aunque la realidad es un todo unificado, el pensamiento la corta en fragmentos.
Esto da lugar a los errores fundamentales de la percepción, por ejemplo, que hay cosas y sucesos independientes, o que esto es la causa de aquello (ley de causa y efecto, el karma).
Todo pensamiento implica un punto de vista, y todo punto de vista implica limitación, lo cual significa en últimas que no es verdad, o por lo menos no en términos absolutos. Solamente el todo es verdad, pero el todo no puede pensarse ni verbalizarse (explicarlo).
Visto más allá de las limitaciones del pensamiento y, por tanto, incomprensible para la mente humana, todo sucede en el ahora.
Para ilustrar lo relativo y lo absoluto, tomemos como ejemplo el alba y el ocaso.
Cuando decimos que el sol sale por la mañana y se oculta por la tarde, estamos diciendo una verdad relativa. En términos absolutos, es falso.
Es solamente desde la perspectiva limitada de un observador que esté en la superficie de la Tierra que se puede afirmar que el sol sale y se oculta. Si estuviéramos lejos en el espacio, veríamos que el sol no sale ni se oculta, sino que brilla continuamente.
La manifestación del mundo, lo mismo que su retorno a lo inmanifiesto (su expansión y contracción) son dos movimientos universales que podríamos considerar como el abandono del hogar y el regreso a él.
Estos dos movimientos se reflejan en todo el universo de muchas maneras, por ejemplo, la expansión y la contracción incesantes del corazón y la inhalación y exhalación de la respiración. También se reflejan en los ciclos de sueño y vigilia. Todas las noches, sin saberlo, regresamos a la Fuente inmanifiesta de toda la vida cuando entramos en la etapa de sueño profundo donde o soñamos, y emergemos nuevamente renovados en la mañana.
Estos dos movimientos, la salida y el regreso, se reflejan también en los ciclos de vida de cada persona. Sin saber cómo ni cuándo, aparecemos en este mundo. Después del nacimiento viene la expansión. No solamente crecemos físicamente sino también en conocimiento, actividades, posesiones y experiencias. Y más adelante se inicia el movimiento de retorno. Y entonces, un día, también desaparecemos. Regresamos al sitio de donde salimos unos cuantos años atrás.
La vida de cada persona (todas las formas de vida en realidad) representa un mundo, una forma única en la que el universo se experimenta a sí mismo. Y cuando nuestra forma se disuelve, se acaba un mundo, uno entre un sinnúmero de mundos.
El movimiento de retorno en la vida de una persona, el debilitamiento o la disolución de la forma, ya sea a causa de la edad, la enfermedad, la incapacidad o alguna otra forma de tragedia personal, encierran un enorme potencial para el despertar espiritual: suspender la identificación con la forma.
Puesto que la muerte es solamente un concepto abstracto, la mayoría de las personas no están en absoluto preparadas para la disolución de la forma que les espera. Cuando se aproxima, produce espanto, incomprensión, desesperación y un miedo enorme.
Ya nada tiene sentido porque todo el significado y el propósito de la vida estaban asociados con la acumulación, el éxito, la construcción, la protección y la gratificación.
La vida se asociaba con el movimiento de expansión y la identificación con la forma (el ego).
La mayoría de las personas no conciben que tenga significado alguno el hecho de que su vida y su mundo se estén derrumbando y, sin embargo, allí hay un significado todavía más profundo que en el movimiento de expansión.
Es precisamente a través de la llegada de la vejez, de una pérdida o de una tragedia personal que suele aparecer la dimensión espiritual en la vida de una persona. Es decir, el propósito interno (el despertar) emerge únicamente cuando el propósito externo (la identificación con al forma, el ego) se desmorona.
Estos sucesos representan el comienzo del movimiento hacia la disolución de la forma.
Algunos niños nacen con una incapacidad que limita severamente la expansión natural de su vida. O una limitación severa se presenta en la vida a una edad relativamente temprana.
Esta perturbación del movimiento expansivo en un momento en el cual no "tendría porqué estar sucediendo" también encierra el potencial de generar el despertar espiritual.
Las cosas que deben suceder, suceden. No hay nada de lo que sucede que no sea parte del gran todo y de su propósito.
Así, la perturbación o la destrucción del propósito externo puede ser el camino para hallar el propósito interno y para el florecimiento de un nuevo propósito externo en consonancia con el interno.
Los niños que han sufrido mucho, por lo general se convierten en jóvenes muy maduros para su edad.
Lo que se pierde en el nivel de la forma, se gana en el nivel de la esencia.
Una gran pérdida o incapacidad en el nivel de la forma, se convierte en la puerta hacia el espíritu.
En la nueva tierra, la vejez será reconocida universalmente y valorada como la etapa para el florecimiento de la conciencia.
Para quienes se encuentren perdidos todavía en las circunstancias externas de la vida (las formas, el ego), será una etapa para regresar tardíamente a su hogar cuando despierten a su propósito interno.
Para muchas otras personas, representará la intensificación y la culminación del proceso de despertar.
La dimensión espiritual se manifiesta en el mundo a través del movimiento expansivo (el pensamiento, las palabras, las obras, la creación) con tanta intensidad como lo hace en el movimiento de retorno (la quietud, el Ser y la disolución de la forma).
Eckhart Tolle