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30 junio 2017

SANANDO LA IRA



Cuando alguien dice o hace algo que nos hace enojar, sufrimos. Tendemos a decir o hacer algo en respuesta para hacerle sufrir con la esperanza de que suframos menos. Pensamos: «Quiero castigarte, quiero hacerte sufrir porque me has hecho sufrir. Y cuando te vea padecer mucho, me sentiré mejor».
Muchos creen en esta práctica tan pueril, pero en realidad cuando haces sufrir a otra persona, ésta intentará encontrar alivio haciéndote sufrir más. Y el resultado es que vuestro sufrimiento irá aumentando. Pero ninguno de los dos necesitáis un castigo, sino compasión y ayuda.
Cuando te enojes, vuelve a ti mismo y cuida de tu ira. Y cuando alguien te haga sufrir, regresa a ti mismo y cuida de tu sufrimiento, de tu ira. No digas ni hagas nada, porque cualquier cosa que digas o hagas en un estado de ira, podría estropear más tu relación.
La mayoría de nosotros no lo hacemos, no queremos volver a nosotros mismos, sino perseguir a esa persona para castigarla. Pero si tu casa se está incendiando, lo más urgente es volver a ella e intentar apagar el fuego, y no echar a correr detrás del que crees que la ha incendiado, porque si lo haces, tu casa se quemará mientras te dedicas a atraparle.
Y eso no es actuar prudentemente. Debes regresar y apagar el fuego. Cada vez que estás enojado, si sigues relacionándote o discutiendo con la otra persona, si intentas castigarla, estás actuando exactamente como alguien que se pone a perseguir a un pirómano mientras su propia casa está ardiendo.

El Buda nos dio unas herramientas muy eficaces para apagar el fuego que hay en nuestro interior: 
1. El método de respirar y de andar de manera consciente. 
2. El método de abrazar nuestra ira y de observar profundamente la naturaleza de nuestras percepciones. 
3. El método de observar a fondo a los demás para comprender que también sufren mucho y necesitan nuestra ayuda. 
Estos métodos son muy prácticos y proceden directamente del Buda.

Inspirar de manera consciente es saber que el aire está entrando en tu cuerpo, y exhalar de manera consciente es saber que tu cuerpo está cambiando el aire.
Así estás en contacto con el aire y con tu cuerpo, y como tu mente está atenta a la respiración, también estás en contacto con ella.
Sólo necesitas una respiración consciente para volver a entrar en contacto contigo mismo y con el mundo que te rodea, y tres respiraciones conscientes para mantener este contacto.
Mientras inspires, di «inspirando», y mientras espires, di «espirando». De ese modo, estarás practicando todo el día la meditación de caminar. Es una práctica que se puede hacer constantemente y que tiene, por tanto, el poder de transformar nuestra vida cotidiana.

La ira es como un bebé que berrea, sufre y llora. El bebé necesita que su madre lo abrace. Tú eres la madre del bebé, de la ira que surge en ti.
En el momento que empieces a practicar el inspirar y espirar de manera consciente, tendrás la energía de una madre y podrás acunar y abrazar a tu bebé.
Limítate a abrazar la ira que sientes, inspirando y espirando; no necesitas hacer nada más. Y el bebé se sentirá mejor en el acto.

Has de ser como una madre que está atenta por si su bebé llora.
Si una madre está trabajando en la cocina y oye que su bebé llora, deja lo que está haciendo y va a tranquilizarlo.
Quizá estuviera cocinando una sopa muy rica; la sopa es importante, pero lo es mucho menos que el sufrimiento de su bebé. Ella deja de cocinar la sopa y se dirige a la habitación de su hijo. Cuando entra en ésta, es como si hubiera llegado el sol porque la madre está llena de calidez, interés y ternura. Lo primero que hace es coger en brazos al bebé y abrazarlo tiernamente. Cuando la madre lo abraza, su energía penetra en él y lo tranquiliza. Eso es exactamente lo que tienes que aprender a hacer cuando la ira empiece a surgir. Debes dejar cualquier cosa que estés haciendo, porque la tarea más importante es volver a ti mismo y ocuparte de tu bebé, tu ira.
Nada es más urgente que cuidar muy bien de tu bebé.

¿Te acuerdas que cuando eras pequeño y tenías fiebre, aunque te dieran una aspirina o alguna otra medicina, no te sentías mejor hasta que tu madre venía y te ponía la mano sobre la ardorosa frente? ¡Qué agradable era! Su mano era como la de una diosa. Cuando te tocaba con ella, entraba en tu cuerpo una oleada de frescor, amor y compasión.
La mano de tu madre es tu propia mano. Su mano sigue viviendo en la tuya si tú sabes cómo inspirar y espirar, y ser consciente. De ser así, cuando te toques la frente con tu propia mano, sentirás que la mano de tu madre sigue ahí, tocando tu frente. Gozarás de la misma energía de amor y ternura.
La madre sostiene atentamente a su bebé, concentrándose totalmente en él.
El bebé se siente mucho mejor porque su madre lo sostiene con ternura, es como una flor abrazada por el sol. Ella sostiene a su hijo, no sólo para abrazarlo, sino para averiguar qué le ocurre. Como es una verdadera madre, descubre enseguida qué le pasa a su hijo. 

Como practicantes, hemos de ser especialistas en la ira. Hemos de ocuparnos de ella, practicar hasta que entendamos las raíces de nuestra ira y cómo funciona.
Sosteniendo atentamente a su bebé, la madre descubre rápidamente la causa de su sufrimiento, y entonces le es muy fácil corregir la situación. Si el bebé tiene fiebre, le dará una medicina para que desaparezca. Si tiene hambre, lo alimentará con leche calentita. Si el pañal está demasiado apretado, se lo aflojará.
Como practicantes, hemos de hacer exactamente esto. Sostendremos al bebé de nuestra ira con tanta atención que nos sentiremos mejor. Después haremos la práctica de respirar y caminar de manera consciente, como si estuviéramos cantando una nana al bebé de nuestra ira. Y entonces la energía de la plena conciencia penetrará en la energía de la ira, exactamente de la misma forma que la energía de la madre penetra en la del bebé. No hay ninguna diferencia. Si sabes hacer la práctica de la respiración consciente, de sonreír y de meditar caminando, seguro que te sentirás mejor al cabo de cinco, diez o quince minutos.

Todas las plantas se alimentan del sol. Todas son sensibles a él. Cualquier vegetación que sea abrazada por el sol experimentará una transformación.
De madrugada las flores aún no se han abierto, pero cuando al amanecer sale el sol, las abraza e intenta penetrar en ellas. La luz del sol está formada por partículas diminutas, por fotones. Los fotones van penetrando poco a poco en la flor, uno tras otro hasta llenarla de ellos. En ese momento la flor no puede resistir más y ha de abrirse a la luz del sol.
Del mismo modo, todas las formaciones que hay en nosotros, tanto mentales como fisiológicas, son sensibles a la energía de ser consciente. Si la plena conciencia está ahí, abrazando tu cuerpo, éste se transformará. Si la plena conciencia está ahí, abrazando tu ira o tu desesperanza, éstas también se transformarán. Según el Buda y según nuestra experiencia, cualquier cosa que sea abrazada por la energía de la plena conciencia, experimentará una transformación.
La ira que hay en ti es como una flor. Al principio quizá no comprendas su naturaleza, o por qué ha surgido. Pero si sabes abrazarla con la energía de ser consciente, empezará a abrirse.
Para generar la energía de la plena conciencia y abrazar la ira que sientes, puedes permanecer sentado, siguiendo tu respiración, o practicar la meditación caminando. Al cabo de diez o veinte minutos tu ira se habrá abierto ante ti y verás de pronto su verdadera naturaleza. Quizá haya surgido a causa de alguna percepción errónea o por falta de habilidad.

Puedes transformar la basura de tu ira en la flor de la compasión. Muchos de nosotros podemos hacerlo en tan sólo quince minutos. El secreto radica en seguir practicando el respirar de manera consciente, el andar de manera consciente, y generar la energía de ser consciente para abrazar tu ira.
Abrázala con mucha ternura. La ira no es tu enemiga, sino tu bebé. Es como el estómago o los pulmones.
Cada vez que tienes algún problema en los pulmones o en el estómago, no piensas en desprenderte de ellos. Lo mismo ocurre con la ira. La aceptas porque sabes que debes cuidar de ella, transformarla en energía positiva.

DESCUBRE LA VERDADERA NATURALEZA DE TU IRA

En el momento en que te enojas, tiendes a creer que tu desdicha la ha creado otra persona, y la culpas de tu sufrimiento. Pero al observarlo más a fondo, quizá descubras que el principal causante de tu sufrimiento es la semilla de la ira que hay en ti.
Muchas otras personas, al afrontar la misma situación, no se enojarán como tú. Oyen las mismas palabras, ven la misma situación y, sin embargo, son capaces de mantenerse tranquilas y no se dejan llevar por las emociones.
¿Por qué te enojas tú con tanta facilidad?

Quizá te ocurre porque la semilla de la ira que hay en ti es demasiado fuerte. Y como no has practicado en el pasado los métodos para cuidar de tu ira, la semilla de la ira se ha regado con demasiada frecuencia.
Todos tenemos una semilla de la ira en el fondo de nuestra conciencia. Pero en algunos de nosotros, esa semilla es más grande que otras semillas, como las del amor o la compasión.
La semilla de la ira puede ser más grande porque en el pasado no hemos practicado. Cuando empezamos a cultivar la energía de ser conscientes, la primera percepción que tenemos es que la principal causa de nuestro sufrimiento, de nuestra desdicha, no es otra persona, sino la semilla de la ira que hay en nosotros, y dejamos entonces de culpar a los demás de nuestro sufrimiento.
Comprendemos que esa persona es sólo una causa secundaria.

Cuando tienes esta clase de percepción, te sientes mucho mejor. Pero la otra persona puede seguir viviendo en un infierno porque no sabe cómo practicar. Una vez te has ocupado de tu ira, ves que esa persona aún está sufriendo, así que ahora puedes centrar tu atención en ella.

Cuando alguien no sabe cómo manejar su propio sufrimiento, deja que se extienda a la gente de su alrededor. Cuando tú sufres, haces sufrir a la gente que te rodea. Es algo muy natural. Por eso hemos de aprender a manejar nuestro sufrimiento, para que no lo vayamos repartiendo por ahí.

Cuando eres el cabeza de familia, por ejemplo, sabes que el bienestar de los miembros de tu familia es muy importante. Como tienes compasión, no dejas que tu sufrimiento haga daño a los que te rodean. Practicas el aprender a manejar tu sufrimiento porque sabes que no es una cuestión individual, y que tu felicidad tampoco lo es.

Cuando alguien está enojado y no sabe cómo manejar su ira, se siente impotente, sufre. Y también hace sufrir a los que le rodean. Al principio sientes que la persona que te enoja se merece un castigo. Deseas castigarla porque te ha hecho sufrir. Pero después de diez o quince minutos de meditar caminando y de observar de manera consciente, descubres que en vez de castigo, lo que necesita es ayuda. Y ésa es una buena percepción.

Esa persona puede ser muy cercana a ti, quizá tu esposa o tu marido. Si tú no la ayudas, ¿quién va a hacerlo?
Como sabes abrazar tu ira, ahora te sientes mucho mejor, pero ves que la otra persona sigue sufriendo. Esta percepción te mueve a acercarte a ella de nuevo. Nadie más puede ayudarla, excepto tú. Ahora sientes un gran deseo de volver y ayudarla. Es una actitud totalmente distinta a la que antes tenías, ya no deseas castigarla. Tu ira se ha transformado en compasión.

La práctica de ser consciente, conduce a la concentración y a la percepción interior. La percepción es el fruto de la práctica, y puede ayudarnos a perdonar y a amar a los demás.
Practicar durante quince minutos o media hora el ser consciente, el concentrarte y el observar las percepciones interiores, puede liberarte de tu ira y convertirte en una persona afectuosa. Ésa es la fuerza del Dharma, el milagro del Dharma.

¿Cómo detener el ciclo de la ira?

Había un chico de doce años que venía a Plum Village cada verano para practicar con otros jóvenes. Tenía un problema con su padre, porque cada vez que cometía un error o se caía y se lastimaba, su padre en vez de ayudarle, le gritaba y le insultaba diciendo: «¡Qué estúpido eres! ¿Cómo puedes hacerte algo así?». Le gritaba sólo porque se había caído y se había hecho daño. Así que para él su progenitor no era una persona afectuosa ni un buen padre.
Se prometió que al crecer, casarse y tener hijos, nunca los trataría de ese modo. Si mientras estaba jugando su hijo se caía y se lastimaba, sangrando un poco, en vez de gritarle le abrazaría e intentaría ayudarle.
El segundo año que estuvo en Plum Village, vino con su hermana pequeña. Mientras su hermanita jugaba con otras niñas en la hamaca, de pronto se cayó al suelo. Se golpeó la cabeza con una roca y su cara empezó a cubrirse con hilillos de sangre. De repente aquel chico sintió que la energía de la ira estaba surgiendo en él. Estuvo a punto de gritar a su hermana: «¡Qué estúpida eres! ¿Cómo puedes hacerte algo así?». Estuvo a punto de hacer lo mismo que su padre había hecho con él. Pero como había practicado en Plum Village durante dos veranos, pudo contenerse. En lugar de gritarle, se puso a practicar el caminar y el respirar de manera consciente mientras los demás ayudaban a su hermana.
En sólo cinco minutos experimentó un momento de iluminación. Vio que su reacción, su ira, era una especie de energía habitual que su padre le había transmitido. Se había vuelto exactamente como su padre, era la continuación de él.
No quería tratar a su hermana del mismo modo, pero la energía que le había transmitido su padre era tan fuerte que estuvo a punto de actuar igual que éste se había comportado con él. Para un chico de sólo doce años, es un buen despertar.

Siguió haciendo la práctica de caminar y de pronto sintió un intenso deseo de practicar para transformar esa energía habitual, para no transmitirla a sus hijos. Sabía que sólo la práctica de ser consciente le ayudaría a detener ese ciclo de sufrimiento. El chico vio además que su padre era también víctima de la transmisión de la ira. Probablemente no quería tratarle de aquel modo, pero lo había hecho porque la energía habitual que había en él era demasiado fuerte. En el momento que tuvo esa percepción, que su padre también era víctima de la transmisión, toda la ira que sentía hacia él desapareció. Algunos minutos más tarde tuvo de repente el deseo de volver a casa e invitar a su padre a practicar con él. Para ser sólo un chico de doce años, tuvo una comprensión muy profunda.





Thich Nhat Hanh