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30 mayo 2015

EL SUEÑO DE LA SEPARACIÓN



Desde el punto de vista de la consciencia ordinaria, la separación parece ser una parte básica de la condición humana.
La mayoría de los seres humanos se experimentan a sí mismos como egos atrapados dentro de su propia mente-espacio, desde la que observan un mundo que parece estar ahí fuera, al otro lado de sus cráneos.
Como resultado, el estado humano normal es uno de soledad.
La ego-separación también crea una sensación de incompletud.
Debido a que estamos separados del mundo, somos como fragmentos que se han desprendido del todo, y así sentimos una sensación de insuficiencia.
Hay una especie de agujero dentro de nosotros el cual pasamos la mayor parte de nuestras vidas tratando de llenar. Como los gatos que fueron apartados de su madre al nacer y que siempre anhelan cariño y atención para tratar de compensar una sensación de carencia. 
La religión tradicional no puede llenar el agujero, sólo proporciona el mismo consuelo (en última instancia, incompleto) que la riqueza o el éxito.
Como resultado de esta soledad e incompletud, no nos sentimos totalmente en casa en el mundo. No estamos completamente arraigados aquí, y por eso nos sentimos de alguna manera a la deriva, como si no perteneciéramos plenamente.
Además, nuestro ego-aislado genera un sentido básico de inseguridad e insignificancia. 
Nuestro propio ego es tan pequeño y tan débil frente al enorme mundo de ahí fuera, como una pequeña choza de madera en la playa al borde de un vasto océano.

Los efectos de esta separación se extienden mucho más allá del individuo. Tan lejos como para decir que el sentido de separación es la causa raíz del constante conflicto, la guerra y la opresión que han asolado la historia humana.
El sentido humano de incompletud genera un ansia de posesiones, poder y estatus, como una manera de tratar de completarnos a nosotros mismos y compensar nuestra discordia interna. Tratamos de completarnos a nosotros mismos y volvernos importantes, ganando poder sobre otras personas o amasando riqueza y posesiones. 
Este deseo de riqueza y de poder es también la causa fundamental de la guerra y la opresión, junto con la reducida empatía que causa la separación. 
El yo separado crea un muro entre nosotros y los demás seres humanos, que hace que sea difícil para nosotros "sentir con" ellos y experimentar el mundo desde su perspectiva. 
Esto hace que sea posible para nosotros ser violentos y crueles con otras personas, ya que no podemos sentir el sufrimiento que les causamos. Así que los oprimimos y explotamos. 
Al servicio de nuestros propios deseos oprimimos a las mujeres, a miembros de clases o castas más bajas, a gente de diferentes razas, para que podamos ganar más poder, estatus y riqueza.

El sentido de separación es también la causa principal de nuestro abuso del medio ambiente. Significa que nosotros experimentamos un sentido de "otredad" hacia la naturaleza, y que no podemos sentir su vitalidad (su viveza), y como resultado no sentimos ningún reparo en explotar y abusar de ella.

¿POR QUÉ HAY SEPARACIÓN?

Más que una ilusión, la separación es una aberración; algo que existe pero que no debería.
Los niños pequeños no experimentan la separación; sino que existen en un estado de relación física con el mundo. 
Esta es una de las razones por las que la infancia es tan maravillosa, porque el niño se siente conectado a todo lo que le rodea en un flujo participativo con toda experiencia, sin un aquí ni un allí.

También hay muchos otros pueblos en el mundo que, incluso de adultos, no existen en un estado de separación. 
La mayor parte de los pueblos indígenas del mundo no se ven a sí mismos como algo separado de su entorno. Sienten un fuerte sentido de conexión con la naturaleza, una consciencia de que son una parte del tejido de la creación (y uno no es más importante que cualquier otro). 
Existen informes de pueblos nativos que dicen que utilizaban la palabra "yo" cuando hablaban de su grupo y otros que veían su tierra como una extensión de ellos mismos, por lo que cuando fueron obligados a abandonar su tierra era equivalente a la muerte. Por eso los pueblos nativos están a menudo dispuestos a suicidarse antes que abandonar sus tierras.

El sentido de separación parece ser una peculiaridad de nuestro desarrollo psicológico. 
Para nosotros, se desarrolla lentamente a medida que avanzamos hacia la adolescencia, llegando a estar firmemente establecido al final de nuestra adolescencia. 
El ego se desarrolla como una estructura, creando una sensación de interioridad y de aislamiento tras un muro.

Sea testigo del enorme cambio que se produce en un niño cuando entra en la adolescencia. 
Especialmente con los muchachos, la frescura y la alegría de la infancia da paso a la confusión.
Después de formar parte del glorioso flujo de la experiencia, de repente estamos fuera del mundo, solos dentro de nuestro propio espacio mental.
Es por esto que los adolescentes tienen una necesidad tan fuerte de pertenencia. Su nuevo sentido de separación les hace sentirse tan vulnerables que necesitan reforzar su identidad siendo parte de grupos o pandillas, o siguiendo las modas. Más sombríamente, ésta es también la razón por la que la mayoría de los asesinatos son cometidos por hombres jóvenes, en respuesta a los desaires o insultos percibidos. 
Con su nuevo sentido frágil de identidad, los jóvenes son susceptibles de ofenderse por cualquier clase de ofensa trivial, haciendo que se sientan desvalorizados y creando un deseo instantáneo de vengarse y recuperar su condición perdida.

A medida que crecen hacia la edad adulta, la mayoría de las personas tienen que lidiar con la fragilidad y vulnerabilidad del yo asumiendo roles y apegos. Asumen el rol de sus puestos de trabajo, se adhieren a ciertas creencias — fortaleciendo su identidad con etiquetas como socialistas, ateístas o musulmanes — o se adhieren a sus ambiciones, al conocimiento que han acumulado, a su auto-imagen de personas importantes o poderosas, o se adhieren emocionalmente a sí mismos con otras personas. Estos roles y apegos se convierten en el andamiaje del ego, sustentándolo y, al mismo tiempo, reforzando la separación, encerrando al individuo tras un muro.

Sin embargo, no importa hasta dónde caigamos en la separación, en un sentido no será más que superficial.
Todos experimentamos momentos en que la separación desaparece temporalmente, y nos convertimos en parte de la unidad de nuevo. Estas son las que yo llamo experiencias de despertar. 
Con frecuencia ocurren cuando estamos caminando por un entorno natural, cuando estamos bailando o corriendo, durante o después del sexo, escuchando o tocando música. 
En estas situaciones, el parloteo normal del ego, que es el combustible normal del ego y que lo mantiene como una estructura, se aquieta, dando lugar a un debilitamiento de sus fronteras. La separación se disuelve y nos encontramos a flote en el océano del Ser de nuevo, inmersos en la gloriosa talidad y vivacidad del mundo.
Es revelador que, en estos momentos, siempre hay un cambio de identidad. Sentimos que nos hemos convertido en alguien más, un yo más profundo y arraigado que parece más auténticamente tú. 
El ego-yo con el que nos identificábamos antes parece como un impostor, un embaucador limitado y superficial que de alguna manera nos tenía engañados haciéndonos creer que era nuestra identidad.

Hay también muchos casos de pérdida extrema o intensa agitación, cuando todos los bloques de construcción de los roles y apegos del ego se desmoronan. 
Una persona puede ser diagnosticada de cáncer y decirle que sólo tiene unos pocos meses de vida; un alcohólico puede llegar a tocar fondo y estar al punto del suicidio; una persona podría llegar a tener discapacidades graves debido a una lesión o enfermedad; o que pudiera sufrir el trauma de una pérdida, de depresión, de destrucción de las esperanzas y creencias, y así sucesivamente. 
En la mayoría de los casos, estas formas de pérdida simplemente traen tristeza y sufrimiento, pero PARA UNA MINORÍA DE INDIVIDUOS, PUEDEN PROVOCAR UN DESPERTAR ESPIRITUAL. 
Con todo su andamiaje derribado, el ego-yo normal se desvanece, y nuestro verdadero ser más profundo surge en su lugar, como una mariposa de una oruga. 
La persona siente que vuelve a nacer, como una persona diferente que habita el mismo cuerpo, con un nuevo sentido de intención y conexión.

En todas estas experiencias, hay una sensación de volver a casa, de vuelta a nuestra unidad original, la armonía de la que tanto como individuos y como especie nos apartamos. Siempre estuvo ahí, siempre está aquí. Es sólo que nuestro yo separado nos tenía engañados haciéndonos creer que estábamos dormidos.

Steve Taylor