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06 febrero 2015

¿QUÉ ES LA MENTE?



La mente no es una cosa, sino un suceso. 
Una cosa tiene sustancia, un suceso es solo un proceso. 
Una cosa es como una roca, un suceso es como una ola. Existe, pero no tiene sustancia. Es solo algo que ocurre entre el viento y el mar, un proceso, un fenómeno.
Si tuviera sustancia, no se podría disolver. Como no tiene sustancia, puede desaparecer sin dejar la menor huella.
Cuando una ola desaparece en el océano, ¿qué queda? Nada, ni siquiera una huella.

La mente es solo un proceso. De hecho, la mente no existe: solo existen pensamientos. Pensamientos que se mueven tan rápido que a ti te parece y sientes que existe algo con continuidad.

Viene un pensamiento, y después otro, y otro, y muchos más...
Hay tan poca separación entre ellos que no puedes percibir el intervalo entre un pensamiento y otro. Y así, dos pensamientos se unen, forman una continuidad, y debido a esa continuidad tú crees que hay una mente.
Existen pensamientos, pero no “mente”. Igual que existen electrones, pero no materia.
Los pensamientos existen; la mente no existe. La mente es solo apariencia. Y cuando miras hacia las profundidades de la mente, ésta desaparece. Quedan pensamientos, pero cuando la mente ha desaparecido y solo existen pensamientos individuales, muchas cosas se resuelven al instante.

Lo primero de lo que te das cuenta es de que los pensamientos son como nubes: van y vienen, y tú eres el cielo. 
Cuando no hay mente, te llega inmediatamente la percepción de que ya no participas en los pensamientos.
Los pensamientos están ahí, pasando a través de ti como pasan las nubes a través del cielo, o el viento a través de los árboles. 
Los pensamientos pasan a través de ti, y pueden pasar porque tú eres un inmenso vacío. No hay impedimento, no hay obstáculos.
Tu cielo está abierto hasta el infinito; los pensamientos van y vienen. 
Y cuando empiezas a sentir que los pensamientos van y vienen y que tú eres un observador, un testigo, se adquiere dominio sobre la mente.

La mente no se puede controlar en el sentido ordinario. 

En primer lugar, dado que no existe, ¿cómo vas a poder controlarla? 
En segundo lugar, ¿quién va a controlar la mente?
Porque más allá de la mente, no existe nadie... más allá de la mente solo está la nada. 
¿Quién va a controlar la mente? 
Si alguien estuviera controlando la mente, sería solo una parte, un fragmento de la mente controlando otro fragmento de la mente. Eso es el ego.

La mente no se puede controlar de ese modo. No existe, y no hay nadie para controlarla. 
El vacío interior puede ver, pero no puede controlar. Puede mirar, pero no puede controlar. Pero la simple mirada es el control; el fenómeno mismo de la observación, de ser testigo, se convierte en maestría porque la mente desaparece.
Es como cuando vas andando en una noche oscura y echas a correr porque tienes miedo de alguien que te sigue. Y ese alguien no es más que tu propia sombra. Y cuanto más corras, más cerca estará tu sombra. No importa la velocidad a la que corras; la sombra seguirá ahí. Cada vez que te vuelves a mirar, la sombra sigue detrás de ti. Esa no es manera de escapar de ella, y ni es la manera de controlarla. Tendrás que pararte a mirar bien la sombra. Quédate quieto y mira la sombra, y la sombra desaparece, porque la sombra no existe; es solo una ausencia de luz.

La mente no es nada más que la ausencia de tu presencia.

Cuando te sientas en silencio, cuando miras a las profundidades de la mente, la mente simplemente desaparece.
Quedan pensamientos, que son existenciales, pero la mente no se ve por ninguna parte.

Cuando la mente desaparece, se hace posible una segunda percepción: puedes ver que los pensamientos no son tuyos. 

Claro que te llegan y a veces se quedan algún tiempo en ti, y después se marchan. Eres una parada en su camino, pero no se originan en ti. 
¿Te has fijado alguna vez en que de ti no ha surgido ni un solo pensamiento? Ni un solo pensamiento se ha formado por medio de tu ser; siempre vienen del exterior. No te pertenecen: planean sobre ti sin raíces, sin hogar. Siguen moviéndose por sí solos; tú no tienes que hacer nada. Si te limitas a observar, adquieres control.

La palabra control no es muy adecuada porque no hay nadie que controle y no hay nada que sea controlado. Las palabras son cosa de la mente, pertenecen al mundo de los pensamientos. Pero las palabras ayudan a entender lo que sucede: cuando miras al fondo, la mente queda controlada; de pronto, te conviertes en el amo y señor. Los pensamientos están ahí, pero ya no te dominan. No pueden hacerte nada, simplemente van y vienen; tú te mantienes intacto, como una flor de loto bajo la lluvia. Las gotas de agua caen sobre los pétalos, pero resbalan sin tan siquiera tocar la flor. El loto se mantiene intacto.
Por eso en Oriente el loto ha adquirido tanta importancia, tanto simbolismo. El principal símbolo surgido de Oriente es el loto. Contiene todo el significado de la conciencia oriental. Dice: «Sé un loto, eso es todo. Mantente intacto y tendrás el control. Mantente intacto y serás el amo.»

La mente es como las olas: una perturbación. 

Cuando el mar está en calma, tranquilo, sin perturbaciones, no hay olas. 
Cuando el océano es perturbado por las mareas o por un viento fuerte, cuando se forman olas enormes y toda la superficie es un caos, entonces, desde cierto punto de vista, la mente existe. 
Todo esto son metáforas para ayudarte a comprender cierta cualidad interior que no se puede explicar con palabras.

La mente es una perturbación de la conciencia, como las olas son una perturbación del mar. Algo ajeno ha intervenido: el viento. 
Algo procedente del exterior le ha ocurrido a la conciencia -los pensamientos-, y se produce el caos. 
Pero el caos siempre está en la superficie. Las olas siempre están en la superficie. En las profundidades no hay oleaje; no puede haberlo, porque el viento no puede penetrar en las profundidades.
Así pues, todo ocurre en la superficie. 
Si te desplazas hacia dentro, adquieres control, llegas al centro. De pronto, aunque la superficie esté perturbada, tú ya no estás perturbado.

Toda la ciencia de la meditación consiste simplemente en centrarse, en moverse hacia el centro, echar raíces allí, quedarse a vivir allí. Y desde allí, toda la perspectiva cambia. 
Ahora, aunque haya olas, no pueden alcanzarte. Y ahora puedes darte cuenta de que no te pertenecen a ti, que solo hay un conflicto en la superficie con algo ajeno.
Y cuando miras desde el centro, el conflicto acaba por desaparecer. 
Poco a poco te relajas. Poco a poco vas aceptando que sopla un viento muy fuerte y se van a formar olas, pero a ti eso no te preocupa. Y cuando no estás preocupado, puedes disfrutar hasta de las olas. 
El problema surge cuando también tú estás en la superficie.
Si te pones a luchar con la olas (pensamientos), serás derrotado. Luchar no sirve de nada; tienes que aceptar las olas.
Las olas están ahí; tú simplemente te dejas llevar, simplemente fluyes con ellas, no contra ellas. Te conviertes en parte de ellas. Entonces surge una enorme felicidad.
En cuanto llegas al centro, empiezas a disfrutar con todo lo que ocurre en la superficie.
Centrarse en la conciencia es el dominio de la mente.

Desde otro punto de vista, la mente es como el polvo que se va acumulando en la ropa de un viajero. 

Y has estado viajando y viajando durante millones de vidas, sin bañarte ni una sola vez. 
Naturalmente, se ha acumulado mucho polvo. Eso no tiene nada de malo, es natural que ocurra. Capas y más capas de polvo, y tú crees que esas capas son tu personalidad. 
Te has llegado a identificar tanto con ellas, has vivido tanto tiempo con esas capas de polvo, que las confundes con tu piel. Te has identificado con ellas.

No hay necesidad de identificarse con él, no hay necesidad de unificarse con él, porque si te haces uno con él vas a tener problemas, porque tú no eres el polvo, eres conciencia.

La mente es como el polvo acumulado durante millones de viajes.

La auténtica actitud espiritual consiste simplemente en tirar la ropa. No te molestes en lavarla, porque no se puede lavar. Simplemente despréndete de ella como se desprende una serpiente de su piel vieja.

La mente es el pasado, la memoria, todas las experiencias acumuladas. Todo lo que has hecho, todo lo que has pensado; todo lo que has deseado, todo lo que has soñado... todo, tu pasado total, tu memoria. Y a menos que te desprendas de la memoria, no serás capaz de dominar la mente.


¿Cómo librarse de la memoria?


Siempre está ahí, siguiéndote. De hecho, tú eres la memoria, así que ¿cómo desprenderse de ella?
Cuando te pregunto: «¿Quién eres tú?», me dices tu nombre. Eso es tu memoria. Tus padres te pusieron ese nombre. 
Yo te pregunto: «¿Quién eres?» y tú me hablas de tu familia, de tu padre, de tu madre... Eso es un recuerdo. 
Yo te pregunto: «¿Quién eres?», y tú me hablas de tus estudios de tus títulos, de que eres diplomado en arte o doctor en medicina, o ingeniero, o arquitecto. Eso es un recuerdo.
Cuando te pregunto: «¿Quién eres?», si de verdad miraras en tu interior, tu única respuesta posible sería: «No lo sé.»
Digas lo que digas, será un recuerdo, no tú. 

La única respuesta verdadera es «No lo sé».


Los sabios, los que saben, guardan silencio. Porque si se descarta toda la memoria y se descarta toda la mente, entonces no se puede decir quién soy.

La respuesta no se puede dar en palabras, porque cualquier cosa que se diga con palabras será parte de la memoria, parte de la mente, no de la conciencia.

¿Cómo librarse de los recuerdos?

Obsérvalos, sé testigo de ellos. 

Y recuerda siempre: «esto me ha pasado a mí, pero yo no soy esto».
Cuando te observas, te enfrentas por primera vez a ti mismo, te encuentras con tu propio ser.
Sigue suprimiendo todas las identidades que no son tú: tu nombre, tu familia, tu cuerpo, la mente. En ese vacío, cuando todo lo que no eres tú ha sido eliminado, tu ser emerge de pronto. Por primera vez te encuentras contigo mismo, y ese encuentro se convierte en maestría.

No se puede detener el pensamiento. Se detiene por sí solo. 

Esta distinción hay que entenderla bien; de lo contrario, te volverás loco persiguiendo a tu mente.
El esfuerzo de detenerlo creará más ansiedad, creará conflictos, hará que te dividas. Vivirás en un constante torbellino interior. Eso no te va a servir de nada.
No hay manera de detener la mente. Pero la mente se detiene... de eso no cabe duda. Se detiene por si sola.

¿Qué es lo que hay que hacer? 

Es una pregunta importante. Simplemente observa... Observa la mente, déjala fluir. Déjala en completa libertad. Deja que corra tan rápido como quiera. No intentes controlarlo de modo alguno, limítate a ser testigo.

Obsérvala, disfrútala... Es hermosa! La mente es uno de los mecanismos más hermosos. La mente sigue siendo la obra maestra; tan complicada, tan tremendamente poderosa, con tantísimas posibilidades.
No la mires como un enemigo, porque si miras la mente como un enemigo, ya la miras con prejuicios, ya estás en contra.
Observar la mente significa mirarla con profundo amor, con profundo respeto, con reverencia. Es un don divino. 
La mente en sí misma no tiene nada de malo. Pensar no tiene nada de malo, es un proceso muy bello. Las nubes que se mueven por el cielo son bellas. ¿Por qué no van a serlo los pensamientos que se mueven en el cielo interior?
La mente sigue ahí, pero tú puedes utilizarla o no. Ahora eres tú el que decides. Como con las piernas: si quieres correr, las utilizas; si no quieres correr, dejas que descansen. Las piernas siguen ahí. Del mismo modo, la mente siempre está ahí.

Osho