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23 enero 2015

LA MENTE Y LA NATURALEZA DE LA MENTE, SEGÚN EL BUDISMO TIBETANO


El descubrimiento revolucionario del budismo es que la vida y la muerte están en la mente, y en ningún otro lugar.
La mente se revela como base universal de la experiencia; creadora de la felicidad y del sufrimiento, creadora de lo que llamamos vida y de la muerte.

La mente tiene numerosos aspectos, pero hay dos que destacan:


1. La mente ordinaria: la que los tibetanos llaman “sem”.

Un maestro la define así: “Aquello que posee conciencia diferenciadora, aquello que posee un sentido de la dualidad, es decir, que aferra o rechaza algo externo, eso es la mente. Fundamentalmente, es aquello que podemos asociar con un “otro”, con cualquier “algo” que se percibe como distinto del perceptor”.

Sem” es la mente dualista, discursiva y pensante, que sólo puede funcionar en relación con un punto de referencia exterior proyectado y falsamente percibido.

Así pues, “sem” es la mente que piensa, hace planes, desea y manipula, que monta en cólera, que crea oleadas de emociones y pensamientos negativos por los que se deja llevar, que debe seguir siempre proclamando, corroborando y confirmando su “existencia” mediante la fragmentación, conceptuación y solidificación de la experiencia. (“Sem” es el ego).
La mente ordinaria es la presa incesantemente cambiante e incambiable de las influencias exteriores, las tendencias habituales y el condicionamiento. 
Los maestros comparan a “sem” con la llama de una vela en un portal abierto, vulnerable a todos los vientos de la circunstancia.

Desde cierto punto de vista, “sem” es parpadeante, inestable y ávida, siempre entrometida en asuntos ajenos; su energía se consume en la proyección hacia fuera.

A veces me la imagino como un fríjol saltador mexicano o como un mono encaramado a un árbol, que brinca incansable de rama en rama. Sin embargo, vista desde otro ángulo, la mente ordinaria posee una estabilidad falsa y desanimada, una inercia auto-protectora y pagada de sí, una calma pétrea hecha de hábitos arraigados. 
Sem” es tan taimada como un político corrompido, escéptica y desconfiada, ducha en astucias y trapacerías, ingeniosa en los juegos del engaño. Es dentro de la experiencia de esta “sem” caótica, confusa, indisciplinada y repetitiva, esta mente ordinaria, donde una y otra vez sufrimos el cambio y la muerte.

2. La naturaleza misma de la mente, su esencia más íntima, que es siempre y absolutamente inmune al cambio y a la muerte.
Ahora se halla oculta dentro de nuestra propia mente, nuestra “sem”, envuelta y velada por el rápido discurrir de nuestros pensamientos y emociones. Pero, del mismo modo en que un fuerte golpe de viento puede dispersar las nubes y revelar el sol resplandeciente y el cielo anchuroso, también alguna inspiración puede descubrirnos visiones relámpagos de esta naturaleza de la mente.
Estos vislumbres pueden ser de diversos grados e intensidades, pero todos proporcionan alguna luz de comprensión, significado y libertad. Ello es así porque la naturaleza de la mente es de por sí la propia raíz de la comprensión. 
En tibetano la llamamos “Rigpa”, una conciencia primordial, pura y prístina que es al mismo tiempo inteligente, cognoscitiva, radiante y siempre despierta. 
Se podría decir que es el conocimiento del propio conocimiento.

No hay que caer en el error de suponer que la naturaleza de la mente es exclusiva de nuestra mente sólo. De hecho, es la naturaleza de todo. 

Conocer la naturaleza de la mente, es conocer la naturaleza de todas las cosas.

A lo largo de la historia, los santos y los místicos han adornado sus percepciones con distintos nombres y le han conferido distintos rostros e interpretaciones, pero lo que experimentan fundamentalmente todos ellos es la naturaleza esencial de la mente.

Los cristianos y los judíos la llaman “Dios”; los hindúes la llaman “Shiva”, “Brahman”, “el Yo” y “Vishnú”; los místicos sufíes la llaman “la Esencia Oculta”, y los budistas la llaman “la naturaleza de buda”.

En el corazón de todas las religiones se halla la certidumbre de que existe una verdad fundamental, y que esta vida constituye una oportunidad sagrada para evolucionar y conocerla. 


Buda significa una persona que ha despertado completamente de la ignorancia y se ha abierto a su vasto potencial de sabiduría. 
Un buda es una persona que ha puesto en definitivo final el sufrimiento y la frustración y ha descubierto una paz y una felicidad duraderas e inmortales. 
La naturaleza de buda la tenemos todos. La iluminación está al alcance de todos. 
Por medio de la práctica podemos llegar a ser iluminados.
Aunque todos tenemos la misma naturaleza interior que Buda, no nos damos cuenta de ello porque está encerrada y envuelta en nuestra mente individual ordinaria (“sem”).

Imaginemos un jarro vacío. El espacio interior es exactamente el mismo que el espacio exterior. Sólo sus frágiles paredes separan el uno del otro. 

Nuestra mente de buda está encerrada entre las paredes de nuestra mente ordinaria. Pero cuando nos volvemos iluminados, es como si el jarro se rompiera en mil pedazos. El espacio de dentro se funde instantáneamente con el espacio de fuera. Se convierten en uno, y en ese mismo instante nos damos cuenta de que nunca fueron distintos ni independientes el uno del otro, siempre fueron lo mismo.

Sogyal Rimpoché

“El libro tibetano de la vida y de la muerte” (pág. 72)