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19 junio 2014

DE LAS RELACIONES ADICTIVAS A LAS RELACIONES ILUMINADAS


RELACIONES ADICTIVAS

Si en sus relaciones usted experimenta "amor" y el contrario de éste (ataque, violencia emocional, etc), es probable que esté confundiendo el amor con el apego del ego y la dependencia adictiva.
Usted no puede amar a su pareja un momento y atacarla al siguiente.
El verdadero amor no tiene contrario. 
Si su "amor" tiene un contrario, entonces no es amor sino una fuerte necesidad del ego de un sentido más profundo y completo de sí mismo, una necesidad que la otra persona llena temporalmente.
Es el sustituto del ego para la salvación y por un corto tiempo casi se siente como la salvación.
Pero llega un punto en el que su pareja actúa de forma que deja de llenar sus necesidades, o más bien las de su ego. Los sentimientos de temor, dolor y carencia, que son una parte intrínseca de la conciencia egotista pero que habían sido ocultados por la "relación amorosa", ahora salen a la superficie.
Igual que con cualquier otra adicción, usted está en un punto alto cuando la droga está disponible, pero invariablemente llega un momento en que la droga ya no le hace efecto.
Cuando vuelven a aparecer esos sentimientos dolorosos, usted los siente incluso con más fuerza que antes, más aún, ahora percibe a su pareja como la causa de esos sentimientos.
Esto quiere decir que los proyecta hacia afuera y ataca al otro con toda la violencia salvaje que es parte de su dolor.
Este ataque puede despertar el dolor de la pareja y él o ella puede contraatacarlo.
En ese punto el ego todavía espera inconscientemente que su ataque o sus intentos de manipulación serán suficiente castigo para inducir a su pareja a cambiar su conducta, de modo que pueda usarla de nuevo como protección de su dolor.

Toda adicción comienza con dolor y termina con dolor. 
No importa a qué sustancia sea usted adicto (alcohol, comida, drogas legales o ilegales, o una persona), usted está usando algo o a alguien para ocultar su dolor.
Por eso, después de que la euforia inicial ha pasado, hay tanta infelicidad, tanto dolor en las relaciones íntimas.
Las relaciones no producen dolor o infelicidad, sino que sacan a la luz el dolor y la infelicidad que ya hay en usted.
Toda adicción hace eso. Toda adicción llega a un punto en el que ya no funciona para usted y entonces usted siente el dolor más intensamente que nunca.

Esa es una de las razones por las que la mayoría de las personas están siempre intentando escapar del momento presente y buscando algún tipo de salvación en el futuro.

Lo primero que podrían encontrar si enfocaran su atención en el Ahora es su propio dolor y eso es lo que temen.
Evadir las relaciones en un intento por evitar el dolor no es la solución tampoco. El dolor está ahí de todos modos. 
Es más probable que tres relaciones fallidas en tres años lo obliguen a despertar, que tres años en una isla desierta o aislado en su habitación. Pero si pudiera traer intensa presencia a su soledad, eso también funcionaría para usted.


RELACIONES ILUMINDAS, DE AMOR VERDADERO


¿Podemos convertir una relación adictiva en una verdadera?


Sí. Estando presentes e intensificando la presencia al prestar atención más profundamente al Ahora: sea que usted viva solo o con una pareja, esa sigue siendo la clave.
Para que el amor florezca, la luz de su presencia debe ser lo suficientemente fuerte para que no vuelva a ser dominado por el pensador o el cuerpo del dolor y los confunda con quien es usted.
Conocerse a sí mismo como el Ser que hay bajo el pensador, la quietud que hay bajo el ruido mental, el amor y la alegría que hay bajo el dolor, es libertad, salvación, iluminación.
Dejar de identificarse con el cuerpo del dolor es traer presencia al dolor y así transmutarlo.
Dejar de identificarse con el pensamiento es ser el observador silencioso de sus pensamientos y su conducta, especialmente los patrones repetitivos de su mente y los roles representados por el ego.

Si usted deja de darle "identidad", la mente pierde su calidad compulsiva, que básicamente es el impulso de juzgar y así resistirse a lo que es, que crea conflicto, drama y dolor nuevo.

En el momento en el que el juicio se detiene por la aceptación de lo que es, usted está libre de la mente.
Usted ha dejado sitio para el amor, para la alegría, para la paz.
Primero usted deja de juzgarse a sí mismo: después deja de juzgar a su pareja.

El mayor catalizador para el cambio en una relación es la aceptación completa de su pareja como es, sin necesidad de juzgar o de cambiarla de ninguna manera. 
Esto lo lleva a usted inmediatamente más allá del ego.
Todos los juegos de la mente y todo apego adictivo se acaban entonces.
No hay más víctimas ni victimarios, ni acusadores y acusados.
Este es también el final de toda dependencia mutua, de ser arrastrado a los patrones inconscientes de otro y por lo tanto hacer posible que continúen.
Ustedes entonces, o bien se separarán (en el amor) o entrarán juntos más profundamente en el Ahora, en el Ser.
¿Puede ser tan simple? Sí, es así de simple.

El amor es un estado del Ser.

Su amor no está afuera: está profundamente dentro de usted. Usted nunca puede perderlo y él no puede dejarlo.
No depende de otro cuerpo, de otra forma externa.
En la quietud de su presencia usted puede sentir su propia realidad sin forma y sin tiempo como la vida no manifestada que anima su forma física.
Usted puede entonces sentir la misma vida en lo profundo de todos los demás seres humanos y de todas las criaturas.
Usted mira más allá del velo de la forma y la separación. Esa es la realización de la unidad. Ese es el amor.

¿Qué es Dios?
La Vida Una eterna bajo todas las formas de la vida.
¿Qué es el amor?
Sentir la presencia de esta Vida Una en lo profundo de sí mismo y de todas las criaturas.
Ser eso. Por lo tanto, todo amor es el amor de Dios.

El amor no es selectivo, lo mismo que la luz del sol no es selectiva. No convierte a una persona en especial. No es exclusivo.
La exclusividad no es el amor de Dios sino el "amor" del ego.
Sin embargo, la intensidad con la cual el verdadero amor se siente puede variar. Puede haber una persona que refleja su amor más clara e intensamente que las demás. Y si esa persona siente lo mismo hacia usted, se puede decir que usted está en una relación amorosa con ella o él.
El lazo que lo conecta con esa persona es el mismo que lo conecta con la persona que se sienta a su lado en el autobús, o con un pájaro, un árbol, una flor. Sólo que el grado de intensidad con el cual se siente es diferente.

Incluso en una relación que es adictiva en otros sentidos, puede haber momentos en los que algo más real brilla, algo más allá de sus necesidades adictivas mutuas. 
Esos son momentos en los que su mente y la de su pareja brevemente se calman y el cuerpo del dolor está temporalmente en un estado latente. 
Esto puede ocurrir a veces durante la intimidad física. O cuando los dos están presenciando el milagro del nacimiento de un niño, o en presencia de la muerte, o cuando uno de los dos está gravemente enfermo, cualquier cosa que vuelva la mente carente de poder.
Cuando esto ocurre, su Ser, que está habitualmente enterrado bajo la mente, se revela y es eso lo que hace posible la verdadera comunicación.
La comunicación es comunión, la realización de la unidad, que es amor.
Habitualmente, esto se pierde de nuevo muy rápido a menos que usted sea capaz de permanecer suficientemente presente para mantener fuera la mente y sus patrones.
En cuanto la mente y la identificación con ella retornan, usted ya no es usted mismo sino una imagen mental de usted mismo, y empieza a representar papeles de nuevo para llenar las necesidades de su ego.
Usted es una mente humana de nuevo que aparenta ser un ser humano, interactuando con otra mente, representando un drama llamado "amor".

Aunque son posibles breves atisbos, el amor no puede florecer a menos que usted esté permanentemente libre de la identificación con la mente y su presencia sea lo suficientemente intensa para haber disuelto el cuerpo del dolor, o al menos pueda permanecer presente como el observador.
El cuerpo del dolor no puede dominarlo entonces y volverse así destructor del amor.

Eckhart Tolle